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SISO  SAÚDE
 
Número 28
 
SOBRE LA TENTACIÓN DE LA INOCENCIA
César González-Blanch Bosch. PIR. Complexo Hospitalario “Santa María Nai-Dr. Cabaleiro Goás”.Ourense. España
 
  He preguntado a los cabezas rapadas de la Plaza de España si ellos han visto la última película de Disney - como Umbral preguntó, dos décadas atrás, a los hippies de Santa Ana si ellos fueron los que mataron a Sharon Tate. En un aparte me han ido confesando, uno a uno, que sí, que a sus "chorbas" les "molan mazo" esas "pelis" y ellos las han acompañado, y que, después de todo, no estaba mal esta última. No me ha sorprendido; ya sea porque no esperaba coincidir con ellos en gustos cinematográficos, o porque tenía reciente la lectura del último libro de Pascal Bruckner (La Tentación de la Inocencia, Anagrama, 1996). 
 Los ensayos de Psicología Social, y entre estos podríamos  incluir el de Bruckner, tienen la cualidad principal de lo interesante: la alusión al lector. Aunque en este caso el lector no busca la identificación con lo descrito, como lo haría al leer su horóscopo; por el contrario, el lector del libro de Bruckner confía en salvarse, como el que lee sobre el experimento de Milgran sobre la obediencia a la autoridad disfruta suponiendo  que él ( o ella) estaría entre el escasísimo porcentaje de los desobedientes. Pero de este modo se convierte en su primera presa, pues antes que los visitantes de Disneylandia ("Babilonia de lo almibarado"), los sexistas de ambos sexos, las minorías y las mayorías étnicas, Bob Geldof o las "topmodels", antes, decía, se menciona el deseo de ser único, esto es -y discúlpenme la polisemia-, la vanidad existencial. Esta vanidad explica tanto el furor por el consumo como la actitud victimista de los genocidas: ambos actúan bajo el mismo lema: me lo merezco todo. El ciudadano contemporáneo, se nos viene a decir, es un niño con la conciencia tranquila. Ser adulto, por el contrario, supone asumir la responsabilidad de nuestras acciones, o sea, tener la conciencia en constante acción. Pero este requerimiento provoca demasiado desasosiego en el telespectador contemporáneo, en el hijo de la "Big Mother". 
 Si en el contenido encontramos el primer atractivo del libro, el segundo y definitivo lo tenemos en la forma en la que éste se expone: a la medida del lector medio. Satisface nuestro gusto por lo anecdótico y lo disperso, y , a la vez, con claridad, agilidad y amenidad desarrolla su tesis, antítesis y síntesis. El uso de los recuadros, por ejemplo, ofrece una doble ventaja: aparta del texto central las disgresiones más extensas, evitando así que el lector se pierda, y permite a éste que se salga del discurso principal sin abandonar la idea del mismo, que el excurso apuntala y nos predispone a entender. Por continuar en la misma línea, complaciente con el lector más perezoso, señalo el recuadro "Las dos inmadureces" como el más relevante; pero le advierto que los hay más entretenidos.
 Una idea más: un libro es un estado de ánimo provocado, o dos, si la lectura es buena. Si por virtud de los dos aciertos que hemos glosado (contenido, forma) uno puede terminar la lectura del libro de Bruckner en un estado de euforia (en la acepción más cercana a la etimología) y fortalecido en su vanidad (entiéndase en el vacío), constituye un nuevo acierto elemental que esta sensación se complemente con su opuesta: la humildad. El reflujo de la humildad es el último ajuste a la compleja realidad del hombre descrito, y del que escribe, que se acreditaría de necio si no reconociese que es el primer aludido. 
 
© Asociación Galega de Saúde Mental 1997