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SISO  SAÚDE
 
Número 28
  1. Aspectos fisiológicos del miedo
  2. Retazos históricos
  3. Las defensas como señal
  4. Algo más sobre el miedo de los padres
  5. Aspectos etimológicos
  6. Tipos de miedos
  7. El temor en la patología
  8. Hacia una etiología del temor
  9. Conflictología
  10. Tumores y tutelas
  11. Repercusiones de la tutela
  12. Dos notas sobre responsabilidad
  13. ¿Atrae el temor problemas?
  14. De las furias a las Euménides
  15. El final de una herejía
  16. Bibliografía
  17. Notas
 
TUTELADOS POR TEMOR 
J.M. DE LA VILLA MERCHÁN. Psiquiatra . Unidad de Salud Mental de Coia. Complexo Hospitalario Provincial -Rebullón. Vigo. España
«Por temor cedemos, por temor pagamos,por temor huimos,por temor luchamos y, finalmente, por temor,sufrimos,morimos o nos enajenamos».
 
Aspectos fisiológicos del miedo El miedo es una reacción al peligro sea éste real o imaginario. El miedo tiene habitualmente un componente psíquico que es el sentimiento de temor o emoción desagradable en la que el sujeto siente una amenaza, y uno neurovegetativo que corresponde al modelo de respuesta al estrés o modelo defensivo: palidez o rubor, rigidez o temblor, taquicardia, taquipnea, sudoración. 
 Sin embargo, cuando el miedo es de gran intensidad la respuesta es el terror, que viene caracterizado porque queda anulada la capacidad defensiva. En lugar de preparar para la lucha o la huida, la respuesta neurovegetativa es excesiva, produciéndose la pérdida de control de esfínteres o el desfallecimiento, lo que también podría interpretarse como la primitiva de algunos insectos y animales inferiores consistente en hacerse el muerto. 
 
Retazos históricos  Tal vez no sería exagerado decir que la historia de la humanidad, o quizás más exactamente la de sus desgracias es una historia basada en el miedo. 
 Entre los poetas españoles uno, apenas conocido, ha pasado a la historia, es decir, a las antologías, por un poema épico-patriótico en el que se refiere a la sublevación contra la invasión de Napoleón, del que dice: 
         "y no llegó a percibir, 
         ebrio de orgullo y poder 
         que no puede esclavo ser 
         pueblo que sabe morir."
 Este espíritu saguntiano y numantino puede no obstante tener más que ver con el miedo a seguir viviendo (con el hambre, la esclavitud o la tortura) que con un auténtico saber morir. Aunque los franceses de la época estaban un poco más civilizados que los romanos conquistadores de Iberia, los soldados napoleónicos no eran, desde luego, un dechado de virtudes en su trato con el pueblo. 
 Pero por unas razones o por otras el no mostrar miedo a la muerte o el hecho práctico de preferirla sobre determinadas condiciones de vida parece ser algo que siempre le ha creado grandes problemas a los gobernantes o a los que detentaban el poder. 
 Parece un hecho histórico que los romanos se sorprendieron  por el arrojo de muchos de los primeros cristianos en su enfrentamiento con el tormento o con la muerte por defensa de sus convicciones o creencias. Por entonces el cristianismo era no más que una secta que se oponía a las creencias comunes del imperio y que creía fundamentalmente en la vida, tanto por creer en la vida eterna como por hacerlo en la resurrección y en la reencarnación. Esos fueron los siglos que después se llamarían la era cristiana primitiva, tal vez por pura propaganda gubernamental para imbuir en el personal la idea de que lo posterior era realmente más avanzado. Pero no. 
 Cuando, finalmente, en el siglo IV el poder político claudica ante el cristianismo con aquella historia de los sueños de Constantino, lo hace con determinadas condiciones. El emperador convirtió al cristianismo en la religión oficial del Imperio Romano pero no sin suprimir las referencias del Nuevo Testamento a la reencarnación. Esa doctrina, defendida hasta entonces por diferentes padres de la Iglesia, entrañaba una seria amenaza ya que si los ciudadanos no temían morir, al poder mejorar en otras vidas, serían menos fácilmente obedientes a las leyes y ordenes del emperador. 
 Cuando, finalmente, en el siglo VI la Iglesia claudica ante el poder el II Concilio de Constantinopla, aceptando los planteamientos de Constantino, declara herejía la creencia en la reencarnación, pensando seguramente que si los cristianos tenían demasiado tiempo, vida tras vida, para alcanzar la salvación, no se apresurarían a obedecer a una institución que gozaba día tras día de más y más poder. 
 Las cosas evolucionaron de forma que las religiones prometían más y más beneficios a quienes morían por ellas al tiempo que aplicaban más rigor en la tortura a los que se desviaban. Las cruzadas para los cristianos contrapuestas a las torturas de la Inquisición. Paraíso de huríes del Islam para los que mueren en la Guerra Santa contrapuesta a los castigos de cortar manos por robo y otras torturas no sólo físicas sino psicológicas, ya que si no se tiene el cuerpo completo no se puede entrar al paraíso. Kamikazes que mueren por el dios emperador contrapuesto al harakiri por deshonor que es una de las muertes más dolorosas. 
 No obstante, el carácter de mártir también contiene en parte un espíritu suicida. Por espíritu suicida entiendo el carácter chantajista que conlleva ese deseo profundo de mostrarle al otro el daño que le ha hecho a uno, lo injusto que ha sido o en definitiva que uno tenía la razón. Sé que a veces el suicidio tiene un carácter de rebelión contra la vida, de desprecio de la misma (como pataleta), de aburrimiento o de que la vida no tiene nada que ofrecernos, pero entiendo que en todos estos casos la queja mantiene igual significado. De hecho, a mi entender, solo cambia el sujeto o persona sobre quien se aplica la queja. Donde antes estaba el padre, la madre, el novio o la esposa, puede aparecer Dios o la Naturaleza, la Justicia o el Estado. Pero en el caso del mártir, éste lega a la posteridad su convicción de tener razón, es decir de estar en posesión de la verdad. Esta cuestión no sólo ha sido bien aprovechada por las instituciones eclesiásticas con posterioridad sino que fue perfectamente entendida por la Inquisición quien, sabedora del beneficio que cualquier mártir proporciona a una causa, se cuidó muy mucho de evitar condenas sin una previa confesión de culpabilidad. Eso si, aplicando para ello todo tipo de presiones en una época en la que todavía no se hablaba de derechos humanos y cualquier iniciativa en este sentido podía considerarse defensora de los derechos del demonio, mientras que lo que podía pretenderse como derechos divinos era una clara confusión con los intereses del poder eclesial. 
 Discípulos aventajados de los inquisidores fueron, ya en nuestro siglo y desde un punto de vista ideológicamente opuesto, los diferentes gestores de las dictaduras que pretendidamente lo eran del proletariado quienes en las purgas obtenían confesiones de traición generalmente a cambio de alguna promesa de respeto póstumo a la imagen del purgado o a la vida de todo el resto de su familia. 
 En otros casos históricos el uso del temor o incluso del terror para el control político o religioso de las sociedades puede haber sido más brutal o más masivo y seguramente su estudio detallado aportaría datos de interés, aunque tal vez no sea tan conocido. Los nazis, por ejemplo, fueron masivamente menos sutiles que los inquisidores o los soviéticos. Mataron judíos, cristianos y no arios en masa siguiendo criterios de condena global, que no requerían confesiones particulares. En eso se parecían más a los romanos matando cristianos o esclavos en general, no necesitaban tanta historia de hacer juicios u otras consideraciones de derechos humanos que pudieran suponer pérdidas de tiempo. Tanto los romanos como los nazis se sabían tan suficientemente poseedores de la verdad-poder, que no necesitaban más explicaciones o detalle de procedimiento. En cambio los nazis fueron especialmente perversos en su manejo de la ideologizacion de los jóvenes hasta conseguir de ellos que denunciasen a sus propios padres. 
 Al no ser historiador me resulta más difícil organizar la temporalidad de los acontecimientos sobre el uso del temor y tal vez por eso esta exposición tiene más que ver con las ideas que modelan cada paso que con el devenir histórico de los pasos mismos. Es como las procesiones de la Semana Santa, que tienen más que ver con las imágenes de que dispone la ciudad que con el orden histórico de la pasión. 
 Pero como psicoterapeuta me interesa más la ejemplaridad de los acontecimientos que su propio orden, ya que el orden responde a una cuestión subjetiva relativa a la necesidad particular del sujeto. No hay un orden objetivo. 
 Hasta aquí parece claro que el poder político ha utilizado el miedo en ocasiones y ha llegado a someterse al poder religioso (aprovechándose de él). El poder religioso ha utilizado el miedo y ha llegado a someterse al poder político (aprovechándose de él). 
 Es necesario señalar que además ha existido la Ciencia. La Ciencia ha seguido su propia dinámica con el Poder Político y con la Religión. 
 Quién haya visto una película como "El Faraón" puede tener claro cómo, en determinados momentos históricos, el poder religioso ha hecho uso del conocimiento científico para vencer al poder político. Se representaba allí cómo los sacerdotes de Amón aprovechaban sus conocimientos astronómicos sobre la hora en que habría de producirse un eclipse de Sol, para amedrentar al pueblo y ponerlo en contra del faraón que apoyaba al dios Atón. 
 Pero también el poder político ha usado de la ciencia para vencer a la religión con planteamientos positivistas o materialistas que , por estar abiertamente en contra, como la teoría de la evolución en su momento, de los planteamientos religiosos, desprestigiaban al poder religioso. 
 La Ciencia ha tenido que esperar ante el dogma religioso en casos como los de Galileo. A pesar de que el conocimiento científico demostraba que era la Tierra la que se movía en torno al Sol, la Iglesia consideraba que eso iba en contra de la Fe y en consecuencia tenía que ser el Sol quien se moviese en torno a la Tierra. Galileo se envainó públicamente su opinión porque no estaba dispuesto a ser un mártir. Hoy nadie con un mínimo conocimiento discute que lo que asevera la Ciencia tiene más base que lo que dice la Religión. La Iglesia tuvo que ir haciendo la vista gorda a medida que los hechos, que por lo común son enormemente tozudos, se acumulaban a favor de la ciencia. Con todo, sólo muy recientemente se ha reconocido de manera oficial el error cometido con Galileo. 
 Pero también la ciencia ha tenido que modificar algunos de sus planteamientos a lo largo de los tiempos y, aunque tal vez no muchos, también ha ido perdiendo algunas batallas ante las creencias religiosas. "La Biblia tenía razón" es el título de un libro que recuerdo haber visto siempre en la biblioteca de la casa de mis padres. Trataba de diversos descubrimientos arqueológicos concordantes con pasajes bíblicos que hasta entonces se habían tomado por simbólicos o fantasiosos. Y no sabemos lo que nos resta por descubrir, ya que andar sobre las aguas, teletransportarse o subir a los cielos en máquinas voladoras, como las que describe Elías, son cosas que ya están en la ciencia-ficción, y no conviene olvidar la lección de Julio Verne. Por otra parte quién se atrevería ya a negar que se pueda llegar a vivir como Matusalén. Hoy sabemos que, salvo las células nerviosas, todas nuestras células se renuevan y dependiendo de  nuestra alimentación, modo de vivir y modo de pensar, la composición de nuestro organismo, en su conjunto, se puede cambiar en pocos años. Tal vez envejecer de forma acelerada sea un programa que se sigue, pero que puede dejar de seguirse. 
 Que la ciencia se ha aprovechado de la política para sus propios avances es un hecho conocido, como sucedió con las investigaciones armamentísticas de la segunda gran guerra que condujeron al desarrollo de la energía atómica, de importantes avances en la aeronáutica, etc. 
 Pero el resultado final de la mayoría de estos movimientos de poder ha conducido a lograr la primacía de aquel poder que conseguía infundir mayores miedos colectivos. 
 De esta forma nuestra sociedad se ha desarrollado en un ambiente en que el temor ha sido constantemente utilizado como mecanismo de control social, y no sólo de unos países hacia otros, sino dentro de cada sociedad concreta. 
 Dado que el temor ha sido utilizado de forma tan desproporcionada, ha inundado todas las estructuras sociales, incluída la familia misma. En algunos momentos históricos eso se hace más patente, como indica Elvira Huelves: "Miedo es un concepto compartido por todos los que recuerdan la postguerra, siendo todavía unos críos". "Miedo a decir algo invonveniente", como rememora Carmen Martín Gaite. "El miedo, sí, la sensación en las casas de que había que tener cautela. Todo se decía en sordina. Se tuvo miedo durante mucho tiempo, incluso cuando, ya en 1943, entré en la universidad, persistía esa sensación" (*1). Tal vez por eso, la última vez que vi a la escritora en Salamanca, este verano, hablaba más bien bajo, inclinándose hacia su compañera de la mesa del rincón mientras, con su mirada recorría una y otra vez el pequeño comedor de El Mesón dando la espalda a la pared. Esa posición controladora me pareció entonces adecuada a las necesidades de observar de quien escribe, pero ahora pienso que podía contener, al mismo tiempo, esos dejes cautelosos que nos llegan del pasado. 
 Dentro de la familia, la intimidación ya sea directa o bien a través de la crítica y la desaprobación han constituído y constituyen todavía importantes mecanismos del proceso educativo. 
 La razón por la que eso no llama habitualmente la atención es que el miedo es en principio un mecanismo de defensa animal, por lo que su aprendizaje es interesante para el cachorro. Sin embargo la leona o la loba no se pasan esta enseñanza, que tiene un mínimo componente instintivo, permitiendo que el cachorro desarrolle también su intrepidez. El niño, en cambio, casi sólo puede ser intrépido cuando no lo observan los mayores. 
 Pero además el temor es, en cierta mediad, contagioso y lo es mucho dentro de la familia. Cuando los niños captan que sus padres temen algo, esa experiencia de inseguridad de aquéllos que en principio deberían proporcionársela a ellos resulta particularmente inquietante. El niño aprende así a temer una gran parte de aquellas cosas o situaciones que sus padres temen mucho más que a protegerse del peligro. En consecuencia cuanto más temores tengan los padres, más temerosos en general resultarán sus hijos. 
 El problema está en que esos hijos necesitarán muy buenas experiencias o compañías en su vida para no convertirse en nuevos trasmisores de temor, no sólo a sus hijos, sino a través de sus relaciones de amistad, laborales, etc., camino por el cual pueden saltar a nuevas familias.
Las defensas como señal Dicen que por el humo se sabe donde está el fuego y de igual forma se podría decir que las defensas descubren donde está el miedo. 
 La invulnerabilidad vendría mucho mejor caracterizada por la indefensión que por la eficacia y complejidad de las medidas defensivas. 
 Los desperdigados castillos que salpican el paisaje de Asturias a Andalucía, nos hablan del temor que pasaron los unos y los otros a lo largo de la Reconquista. Las defensas costeras derruidas, desde las torres de Catoira hasta los bunkers de las costas de Cádiz, pasando por las desusadas baterías de costa, nos hablan del miedo a las invasiones desde la época vikinga hasta la Segunda Guerra Mundial. Lo mismo podría decirse de la recientemente descubierta red de refugios pirenaicos. 
 Pero esa defensa ante un posible avance enemigo no afecta sólo al frente o a la extremadura durante una contienda, o a las fronteras entre naciones. Se extiende a la verja de la finca, al muro con cristales incrustados, a las rejas y a las puertas de seguridad de las viviendas. 
 Es incontable el esfuerzo, las energías o, por simplificar, el dinero que la humanidad gasta en defenderse de la humanidad. 
Y, como muchos piensan que la mejor defensa es un buen ataque, no se desarrollan sólo las defensas sino también las armas ofensivas. El fundamento de la guerra fría fue el defenderse haciendo que el contrario tuviera más miedo que tú pero en esa escalada tú tienes también cada vez más miedo. 
 Pero la humanidad no sólo se defiende de la humanidad. Cada vez dedica más esfuerzo a prevenir o combatir las desgracias naturales y las enfermedades que en muchas ocasiones se han generado por su propio descuido con la naturaleza o con la higiene. 
 
Algo más sobre el miedo de los padres  Con independencia de los dos aspectos ya señalados, la enseñanza de las situaciones de peligro y el contagio del miedo de los padres, hay otra importante influencia del miedo de los padres en la educación de los hijos. 
 Aún partiendo de la base de que los padres desean lo mejor para sus hijos, eso no es garantía de que logren transmitir a éstos la manera de poder conseguirlo. Sucede además que lo que los padres consideran mejor para sus hijos no suele coincidir con lo que éstos consideran mejor para sí mismos. De ahí que siempre exista un cierto nivel de desacuerdo que lleva al hecho final de que la función paternal siempre es fallida. La asignatura de la paternidad nunca se aprueba, no existe manera de hacerlo bien por más bien que se haga. 
 Una de las razones fundamentales de estos desacuerdos viene dada por los temores de los padres. Los padres suelen temer que sus hijos sufran accidentes, que adopten conductas socialmente inadecuadas, que tengan malas compañías, que no escojan la profesión más adecuada, que decidan emparejarse demasiado pronto e incluso irse de casa, que se obcequen con una pareja poco apropiada para ellos, o tal vez que no parezcan tener ninguna prisa por casarse o marcharse de casa, además de algunas otras pequeñeces sobre estudios, comida y otros detalles de la vida cotidiana que, tal vez, sea razonable temer. 
 Todos estos temores engendran actitudes encaminadas a controlar y encarrilar el desarrollo y conducta de los hijos por los railes deseados por los padres, que generan multitud de desacuerdos, discusiones y enfrentamientos que van, como poco, aumentando la separación y la distancia entre unos y otros, cuando no la frustración o represión de alguno de ellos. 
 Pero además de lo que pueden ser temores reales o imaginarios, pero coherentes, que transmiten una cierta idea de la vida, las ansiedades de los padres se presentan en ocasiones de forma incoherente o contradictoria, generando únicamente confusión o desconcierto. 
 Así, por ejemplo, asistí hace un par de veranos a una escena playera que me hizo pensar. Delante de mí salía del agua un niño de unos siete años que venía de bañarse igual que yo, cuando, de repente, llegó en tromba su madre y le arreó dos cachetes al tiempo que gritaba "ya te tengo dicho que no te muevas de delante de nosotras, menudo susto me has dado". 
 Es sabido que cuando te bañas en el mar te vas desviando poco a poco y aunque no nades mucho, no resulta nada fácil salir delante de donde tiene puesta la toalla la familia. De hecho mi  familia había quedado aún más distante que la del niño. La diferencia es que a mi se me considera un adulto responsable y nadie vino ni a pegarme ni a reñirme. 
 Ahora bien, si al niño se le hubiera considerado responsable como a mí, no hubiera existido preocupación por el punto en que saliera del agua, salvedad hecha de la cuestión de las mentes asesinas de esas madres que a la menor imaginan niños ahogados en las playas. 
 La más elemental de las lógicas nos lleva pues a suponer que al niño no se le consideraba responsable y de ahí la necesidad de poder vigilarlo bien, que sentía la madre. Pretender que para facilitar la vigilancia materna, el niño no se mueva del lugar en el que se baña es suponerle una responsabilidad que, al mismo tiempo, se le niega. Debería pues haber sido la madre la que permaneciera atenta y vigilante para evitar la pérdida o despiste del niño, en lugar de distraerse conversando con su compañera de playa. 
 Por consiguiente, es la madre la que actúa de forma irresponsable pero, en lugar de corregir su error, tras el susto de perderlo de vista, reanudando su vigilancia al volver a localizar al niño saliendo del agua, decide descargar su enojo contra él y culpabilizarlo. 
 Nada coherente puede aprender el niño de esta escena, ni siquiera la necesidad de obedecer. Puede, eso sí, sentirse inseguro, confundido o injustamente tratado, todo lo cual genera temores sobre diversos aspectos de la vida y de la relación con las demás personas. 
 Los efectos devastadores de otras situaciones, como el doble vínculo, son sobradamente conocidos. 
 
Aspectos etimológicos  El miedo y su emoción concomitante, el temor, tienen diferentes grados: el susto, la timidez, la alarma, el terror y el pánico. 
 Miedo viene del latín metus que indica inquietud, temor, angustia de un peligro. Susto viene del latín suscitare ,que se refiere al hecho de despertarse del sueño o levantarse de golpe, por lo que viene a coincidir con sobresaltarse. 
 Timidez y temor vienen ambas de timeo, tener miedo. La alarma es una señal de peligro que induce una actitud defensiva y tiene su origen en el grito ¡al arma! 
 Terror viene del latín terreo y la utilizamos como miedo, espanto o pavor, pero esta etimología nos habla de la aproximación a la tierra, tanto si te derriba contra el suelo como sucede en el desmayo o en el agazaparse, como si te cubre en la trinchera o en la tumba. 
 Pánico procede del griego panikos y es una palabra de más reciente incorporación que, aunque sea usada como sinónimo de terror, añade, realmente, el matiz de no tener causa justificativa, con su referencia al dios Pan, al que se atribuyeron todos los ruidos aterradores de causa desconocida que se oían por los montes y los valles. Pavor viene del latín paveo, y espanto, con igual raíz, de ex, que significa de, y paveo, que significa temblar de miedo. 
 
Tipos de miedos  Los miedos pueden ser vistos etológicamente desde el carácter más individual que afecta al cachorro, hasta el carácter  apocalíptico de los miedos que amenazan si no al conjunto de la especie sí a amplias poblaciones. De este último tipo sería hoy el SIDA, como en su momento lo pudo ser el cólera, la lepra o cualquiera de las grandes pestes que parecían poder arrasar con la humanidad entera de la faz de la tierra. Algo similar, aunque tenga un carácter algo más local sucede con los miedos políticamente generados por intereses raciales, como el holocausto, el Ku Klux Klan o , más recientemente, los genocidios de los hutus y los tutsis. 
 Los miedos ecológicos tienen un carácter mas reciente en la historia de la humanidad. La destrucción por guerra atómica, la contaminación ambiental, radiactiva, química o biológica, de la atmósfera, los océanos o las tierras, y el agujero de ozono, los meteoritos gigantes o los cometas, se han desprendido de nuestros nuevos conocimientos sobre el poder destructivo de la acción humana unas veces, y otras veces de la naturaleza. 
 Pero todos los temores pueden ser normales o imaginarios, los primeros son una minoría y tienen un sentido sano, de preservación de la vida o de defensa ante peligros que son reales. Los temores imaginarios son multitud, quizás más del noventa por ciento de los temores y resultan dañinos para el individuo por suponer una reacción desproporcionada ya en la intensidad o en la duración, ante estímulos reales de escasa importancia o ante suposiciones o peligros meramente imaginarios. Estos temores producen inquietud, incomodidad, disarmonía, y como todo estrés mantenido, va desgastando la vitalidad y destrozando la capacidad defensiva del individuo, con lo que se facilita que éste enferme. Un autor hindú señalaba cómo durante las epidemias de cólera y tifus, el miedo a padecer la enfermedad parecía funcionar como la mayor causa predisponente a que los individuos cayesen enfermos. 
 De los temores imaginarios, los que tienen un caracter más peculiar, irracional o antinatural son las fobias, en las cuales sea cual sea la realidad objetiva del peligro, el camino de la causa al efecto parece tener un largo trecho en el inconsciente del sujeto. 
 Mientras que la mayoría de los fóbicos presenta síntomas de excitación (taquicardia, etc) los que temen ver sangre tienden sobre todo a desmayarse, lo que apuntaría a una asociación de carácter terrorífico. 
 Pero, aunque citemos las fobias como los miedos o temores patológicos más conocidos, los miedos digamos normales, los más frecuentes de los seres humanos o, si se, quiere los grandes miedos a los que podríamos reducir la totalidad de los temores son tres: 
  - a la muerte (desaparición como ser; agonía como sufrimiento). 
  - a la locura (desaparición como persona; sufrimiento emocional). 
  - al dolor (sufrimiento físico o emocional). 
 Si no parece necesario extenderse en explicarlo, es porque los paréntesis resultan suficientemente claros  a la hora de reducir a esos tres modelos de temores más frecuentes la totalidad de los temores. 
 Empero se me antoja de mayor interés señalar cómo, incluso estos tres tipos, podrían reducirse a dos: 
  - miedo a morir: temor de desaparecer como ser vivo y tal vez como ser, a desaparecer como persona, a demenciarse o volverse loco hasta dejar de ser quien se era. López Ibor señaló, a propósito de la angustia vital, cómo durante la crisis podía existir la vivencia del presentimiento de la disgregación o disolución del Yo. 
  - miedo a vivir: temor a sufrir físicamente en forma de dolor o impotencia, o psíquicamente en forma de dolor emocional, enajenación o extrañeza de sí mismo. 
 Visto hasta este nivel de simplificación podemos observar que todo miedo tiene un carácter anticipatorio. No es exactamente lo que está sucediendo en este momento preciso lo que crea el temor, sino la idea anticipatoria de lo que puede suceder en el momento siguiente. 
 No se trata exactamente del dolor de cualquier tipo que uno pueda estar sufriendo ahora. Eso es una sensación o un sentimiento en mayor o menor medida desagradable, que uno puede estar viviendo. Carecería de importancia con saber que desaparecería al momento siguiente. Lo que genera el temor es la idea de que va a continuar y eso es lo que lo hace insoportable por más que uno lo esté soportando ahora. Se teme pues la continuidad en el tiempo de algo que se valora como un mal. 
 Con todo, el refrán de que "no hay mal que cien años dure" nos hablaría incluso de que el temor no está tanto en lo que se sufre cuanto en lo que se espera no resistir sufrir ya que lo que aparece aquí no es el temor por la duración sino por el incremento de la intensidad hasta niveles insufribles. 
 Es pues al momento siguiente al que se refiere el temor. Es la anticipación de eso que puede suceder para peor, lo que realmente se teme. Es pues el miedo al cambio ya que el cambio siempre produce el miedo de empeorar. De hecho, vivimos en un país en el que existe un dicho muy conocido que señala este temor a cambiar por encima de toda garantía racional. Se dice "Más vale lo malo conocido, que lo bueno por conocer". El temor a empeorar es aquí de carácter paranoico, ya que no sólo se teme lo malo por conocer, es decir: aquello que puede suceder como peor, sino incluso "lo bueno por conocer",  es decir que se desconfía de que lo bueno esperado pueda realmente no serlo y acabe siendo peor que aquello que ya era malo, pero, en tanto que conocido, sufrible, mientras que lo que se promete bueno puede terminar siendo insufrible. 
 De esta manera, todo temor es a empeorar. La posibilidad de empeorar es la única razón del miedo. El corolario sería que la capacidad de vivir centrado en el presente no puede generar temor. El temor sería del orden de la preocupación, no de la ocupación, y en consecuencia no hay nada que temer en el presente ya que todo temor pertenece a una imagen anticipada del futuro. 
 
El temor en la patología  No es la intención de este trabajo desarrollar una visión completa de la presencia del temor en la psicopatología clínica sino, simplemente, proporcionar una visión de conjunto y algunas pinceladas que destaquen su importancia e incluso el interés que este enfoque puede tener para la comprensión de algunas dinámicas patológicas. 
 No quiero ahora complicarme la vida con un estudio exhaustivo de todos aquellos cuadros clínicos en los que interviene alguna forma de temor. Tampoco me extenderé en señalar las formas clínicas en que el temor se presenta. Pero conviene señalar algunas características. 
 Es fácil apreciar que en algunos grandes grupos de la patología psiquiátrica el temor aparece siempre de una u otra forma. A veces es claramente visible como un componente fundamental del cuadro y otras es un síntoma asociado al cuadro principal. 
 Todo el grupo de los trastornos de ansiedad, o por ansiedad, como se les llama ahora, está claramente emparentado con el miedo. De hecho cuando no aparece un miedo franco, aparece una expectación aprensiva o un estado de hiperalerta, una alarma exagerada o bien la sintomatología física propia de una situación de estrés, es decir de alarma. No olvidar que cuando uno acude al arma es que teme ser agredido o que pretende agredir, lo que más adelante intentaré demostrar que siempre se produce por temor. 
 El miedo a morir, a volverse loco, a perder el control o el conocimiento (miedo a desmayarse), a la enfermedad de un familiar o a que este sufra un accidente, son propios de los trastornos de ansiedad generalizada, de angustia o por estrés. Las evitaciones de los fóbicos y de los obsesivos, las conductas medio mágicas de estos últimos para evitar que pase esto o aquello son otros ejemplos de temor. 
 El grupo de los trastornos somatoformes podría ser menos claro sobre un temor subyacente y a veces bien camuflado en la somatización o la conversión, si no apareciera como punta de iceberg la hipocondría, también llamada antes neurosis hipocondríaca, en la que el temor a padecer una o alguna enfermedad es lo aparente, aunque sepamos que la cuestión tiene un carácter más profundo. De hecho hay algo en la hipocondría que siempre me recuerda el chiste de Nueva York. No me puedo resistir a transcribirlo. Durante una cena de compromiso, entre varios matrimonios, poco y sólo relacionados por cuestiones de negocios, el más activo de los componentes no para de hablar de sus viajes por el mundo, haciendo comentarios francamente divertidos y otros de mal gusto. Su esposa interviene de tanto en vez para hacer notar que ella también ha ido a Nueva York  con su marido. De todas maneras el marido ha ido a Nueva York más veces y según van contando las anécdotas, aumenta el desacuerdo matrimonial sobre si tal o cual situación sucedió en el segundo o tercer viaje. Poco después uno de los parias de empresa, que está en la reunión casi de prestado, totalmente desinteresado de la conversación, pero por aquel de intervenir dice: ¿ Y usted, Don Joaquín cuantas veces ha ido a Nueva York ?, a lo que él contesta: pues unas siete u ocho" 
 - El directivo, casi por la cortesía de no dejarlo así, pregunta sin mayor interés por su parte, ¿Y usted Servando cuantas veces ha ido a New York ? 
 - "Pues yo... una o ninguna" - contesta Servando aplicando la misma lógica imprecisa que su superior, sin darse cuenta del absurdo que se produce. 
 Sé que un chiste escrito no es lo mismo que contado, pero vale como ejemplo de lo que aquí se quiere expresar. Es típica del hipocondríaco esta imprecisión. Si se le demuestra científicamente que no es real tal padecimiento mediante análisis, radiografías, etc., él siempre estará dispuesto a padecer algo parecido, próximo o similar, con tal de no mostrar abiertamente que nunca ha viajado a Nueva York, es decir: con tal de no aceptar su salud. 
 El conjunto de los trastornos disociativos, amnesias o fugas  psicógenas, personalidad múltiple, etc., nos hablan de una parte rechazada de sí mismo hasta el punto de no aceptarla. El temor aquí, viene siendo a reconocerse tal como se es, y dado que eso no se acepta, se olvida o se construye algo diferente. Podría decirse que el temor primordial es a asumir la responsabilidad de ser como se es, optando por ser irresponsable del propio funcionamiento, lo que supone una especie de garantía total de que uno no tiene nada que ver con eso. 
 El conjunto de los trastornos depresivos, aunque tengan diferentes orígenes, tiene una relación persistente con las diferentes formas del miedo a vivir. Podríamos hablar del miedo al futuro porque el depresivo amanece desesperándose por lo que le queda de día. Podríamos hablar de miedo al pasado porque el depresivo odia lo que ocurrió y preferiría en todos los casos que no hubiera sucedido o que se pudiera cambiar, pero posiblemente el miedo es a no ser capaz de desprenderse de un pasado que le impide acceder al presente para poder vivir, a lo que se suma su idea de que el futuro será más negro todavía. 
 El conjunto de los trastornos paranoides está basado en las diferentes formas de desconfianza del sujeto. Temores de infidelidad (celos), de envenenamiento, de perjuicio, etc. son demostraciones de temores en forma de detección de señales de amenaza, y adopción de precauciones innecesarias, de traición, etc. Todo el mundo paranoide es un mundo de temores, de amenazas, de sospechas, de desconfianza de los más allegados a los más distantes, de inseguridad y de engaño, incluidos motivos ruines como la envidia de nuestra inteligencia, nuestro prestigio, nuestra riqueza o cualquier otra forma de nuestra grandeza no reconocida por nuestros enemigos. 
 Aunque los trastornos esquizofrénicos puedan aparentar, por su intrepidez agresiva, por su falta de precaución o por cualquier otro síntoma de los muchos que parecen desconsiderar los peligros reales, que no tienen nada que ver con el temor, resulta claro a través de la trema inicial, que el sentimiento de desmoronamiento del mundo, de que algo grave va a pasar, de que todo se puede descomponer, es generador de una grave inseguridad vital que conduce directamente al esquizofrénico a tener que salirse de una realidad insoportable por el temor que produce. 
 
Hacia una etiología del temor  El miedo o el temor no han sido suficientemente tratados en la bibliografía médica, por lo que yo conozco, salvo en lo que se refiere al aspecto concreto de los trastornos de ansiedad. Hay mucho de fobias, etc. pero poco del temor como sentimiento fundamental a la hora de comprender mucha de la patología psiquiátrica. 
 Algunos autores (*2) han presentado al menos cinco categorías etiológicas de producción del miedo. El miedo por imitación, el traumático, el producido por inseguridad, el carácter espiral o autorreproductor del miedo por el que el miedo produce no sólo nuevos miedos, sino más miedo, y finalmente la predisposición, no sólo como sensibilidad de posible origen hereditario, sino por influencias tempranas experimentadas por el niño en el útero materno que le sensibilizan a reaccionar de  forma exagerada. Así el estrés exagerado o las situaciones de angustia persistentes pueden influir en la mayor sensibilidad al miedo. Si, por ejemplo, la madre ha tenido situaciones de intensa angustia durante el embarazo, el niño puede tener mayor predisposición al miedo. 
 Cada vez vamos encontrando más autores que trabajan en campos próximos pero diferentes que nos hablan de la importancia de la experiencia uterina y del nacimiento en la cristalización de conductas posteriores, muchas de ellas relacionadas con los diferentes temores del sujeto. 
 El psiquiatra norteamericano Gerard Jampolsky ha destacado su visión, nada original por otra parte, de que existen dos sentimientos básicos, el amor y el temor. El amor sería el sentimiento unificador y el temor el separador. 
 Así es más claro entender que la patología caiga del lado de la separación o del temor, salvando naturalmente la aparente contradicción de que exista una locura de amor, ya que ésta está marcada por el temor al desamor. 
 En mi opinión, si se profundiza en la etiología se topa finalmente con no muchas cosas: 
  1.- Peligros reales que pueden desencadenar un temor normal de carácter defensivo propio de la especie. Entrarían en este orden los depredadores, los enemigos o agresores, previsibles o reconocidos con carácter lógico y las catástrofes naturales que nos pueden dañar, cuando suceden o tienen carácter inevitable y previsible a muy corto plazo. Estos darían lugar a lo que podríamos llamar miedos de carácter normal, fisiológico o psicológico. 
  2.- Los conflictos consciente e inconsciente. Estos serían los que darían lugar a los miedos o temores de carácter psicopatológico. 
  3.- Intoxicaciones y carencias. Alteraciones substantivas que impiden el normal funcionamiento perceptivo del organismo, produciendo vivencias imaginarias de carácter peligroso. 
 De estos tres tipos el primero carece de interés por su carácter normal. El tercero tiene un carácter secundario o sintomático de otros procesos, que son los que se deberán considerar en su caso, incluyendo el desbordamiento de producción de substancias o mecanismos defensivos normales, cuando estos por su exceso ocasionan alteraciones, como podría ser el caso de los delirios febriles de los niños. 
 Vamos a tratar el segundo tipo como el de mayor interés desde el punto de vista de la patología psíquica. 
 
Conflictología  La casi totalidad de las fuentes de conflictos psíquicos se puede reducir a dos cuestiones fundamentales: el apego y el desamor. 
 Temerario es una persona que adopta conductas que a los demás nos darían miedo porque nos parecen extremadamente peligrosas. El temerario actúa pues de una forma que a los demás produce temor, aunque el parezca no tenerlo. Una de las formas en que frecuentemente hablamos de las personas temerarias, como intentando comprender su actitud, es esa conocida frase de "total no tiene nada que perder". 
 Las personas que no tienen nada que perder parecen no tener temor. Eso es el desapego. La fuente principal de los temores es el apego. El apego puede entenderse como el interés, el investimiento afectivo, la catexia o catectización de objetos amorosos o libidinales. Nos sentimos apegados a personas, objetos o situaciones, en el momento presente y como ya hemos dicho, la idea anticipatoria de perder esos apegos es el origen del temor. Así pues el temor es la pérdida de algo que ya tenemos a lo que nos hemos apegado, incluso si es una ilusión, como la ilusión de ganar. 
 Lo común es que el amor funcione como un aspecto parcial del apego. Nos encanta que nos quieran o hacernos la ilusión de que nos quieren, nos pueden querer o nos van a querer. De hecho todos crecemos y nos desarrollamos mejor como personas con el amor que con la crítica, no sólo los niños. 
 El desamor es, pues, algo que siempre tememos, incluso si aparentemente nunca habíamos conseguido el amor, constatar el desamor es romper la ilusión hasta entonces mantenida. 
 Además, en un sentido radical, todo lo que hacemos es para que nos quieran o para vengarnos de que no nos quieren. De esta forma nuestro intento de conseguir amor o de mantener el que ya tenemos y nuestro resentimiento por no conseguirlo son fuentes fundamentales de nuestra motivación y nuestra conducta. 
 Incluso en las situaciones de rechazo o resentimiento se produce un curioso apego al pasado, como un intento de que lo que sucedió no sea, o bien lograr un cambio como el reconocimiento o el amor que en su momento no nos fue otorgado. Esa posición depresiva de quedarse apegado al pasado, sin poder acceder a vivir plenamente el presente es, a veces, el origen de la agresividad. Se podría decir que el agresivo es aquel que pide amor a gritos con una conducta desesperada, que intenta forzarnos a admitir nuestro error de no quererle y que, al no poder demostrarnos que tiene la razón con argumentos, intenta que se la demos por la fuerza, amedrentándonos o incluso agrediéndonos. 
 
Tumores y tutelas  Ahora que ya hemos hecho un amplio recorrido por diferentes aspectos de los miedos y temores, podemos estar en mejores condiciones de entender este delicado aspecto de nuestra práctica. 
 De una u otra forma todas las tutelas se derivan de un temor. Tutela se refiere a protección, amparo o defensa y ya vimos que las defensas son indicadores del temor, de hecho, tutela viene del latín tueor, que significa defender. 
 Pero debe entenderse con claridad que el temor al que hacemos referencia no suele ser un temor del tutelado. Aunque el objeto de la tutela es la protección y asistencia de una persona que no puede gobernarse por sí misma o atender a la administración de sus bienes, no es fácil que un ciudadano que se ve desasistido, desprotegido e incapaz de gobernarse adecuadamente y administrar sus escasos bienes, para llegar holgadamente a fin de mes pagando los innumerables impuestos, consiga una tutela hasta superar la situación. 
 Esto se debe a que la tutela se otorga por razón de edad o incapacidad. Así que cuando se habla de tutela se habla de incapacidad, bien porque la capacidad no se ha llegado a adquirir por la escasa edad o defectos del desarrollo o bien porque se ha perdido, comúnmente por razón de enfermedad. En todo caso es el temor de quién promueve la tutela el que más claramente exige protección. 
 Queda claro que los temores que se mueven en torno a débiles mentales, enajenados y otros incapacitados son fundamentalmente de las personas que los rodean. 
 Pero existe otra especie de tutelaje no establecido jurídicamente o por ley, ni siquiera reconocido, pero al que podemos considerar existente de hecho. Me refiero a la forma en que un país entero está en cierta medida tutelado durante una dictadura. Se decide por él. Hemos visto en los retazos históricos como se nos mete el miedo. Después ya sólo hay que ofrecernos protección. Muchas veces esa protección ni siquiera es desinteresada o a cambio  de que otorguemos nuestra representación o incluso el poder al interesado, sino que se nos hace pagar obligatoriamente por ella en tanto que contribuyentes. 
 Frecuentemente dejamos de lado nuestra responsabilidad y cedemos a otras personas o instituciones el poder de decidir cosas importantes en nuestras vidas. Pensamos que ellos con más experiencia o con capacidad de atender a más personas pueden hacerlo mejor, hasta que comprobamos que lo hacen rematadamente mal o cómo nuestro caso es demasiado particular para coincidir con los intereses que a ellos les pueden proporcionar mas votos. 
 Buscamos protección frente a la vida intentando asegurarnos ante posibles futuros peligros cuando caemos en las redes de los representantes de seguros que nos hablan de accidente, incendios del hogar, enfermedades e incapacidades, etc. Hasta que nuestro temor nos hace suscribir una póliza sin caer siquiera en la cuenta de que hasta los seguros de vida son de muerte, pues si no te mueres no los pagan. 
 Es lo que los psicoanalistas han repetido sobre las garantías. Los pacientes tratan de saber el currículum del psicoanalista para cerciorarse de su buena elección. Luego resulta que tu acudes por tus dificultades de pareja y ese mejor psicoanalista se acaba de divorciar. Hay que aprender a vivir sin garantías, aceptando la vida. Finalmente un equilibrista del circo, sólo puede salir a andar en el alambre si confía en sí mismo y en la vida ya que cuanto mas tema caerse más le temblarán las piernas. 
 Miramos hacia las empresas como si fueran madres nutrientes a las que nos une el cordón umbilical de la nómina, sin atrevernos a romper esa relación cuando resulta insatisfactoria. Sin valorarnos lo suficiente como para darnos cuenta de que nuestra forma de trabajar es interesante para cualquier otra empresa y nos dejamos amedrentar aguantando situaciones laborales injustas o bien pedimos la protección de un sindicato que finalmente decide por nosotros cuales ha de ser las relaciones con la empresa, nuestras condiciones laborales e incluso si tal o cual día tendremos que hacer huelga. 
 Delegamos en políticos locales, autonómicos o estatales montones de decisiones que repercuten en nuestro modo de vivir diario. Hacemos lo mismo en asociaciones de todo tipo y en nuestras relaciones de amistad o de familia. Descendemos hasta el nivel del "¿que dirán si no hago ésto?" dejándonos influir por los temores de los demás o por el temor de que no nos quieran si actuamos de forma autónoma o diferente a ellos, hasta el punto de darle, incluso, más importancia a sus opiniones que a las nuestras, ya que terminan siendo las suyas las que gobiernan nuestras vidas. 
 Es decir nos dejamos tutelar, se podría decir dirigir, por temor. Por temor de no poder hacerlo suficientemente bien nos dejamos dirigir, tutelar, proteger, gobernar, sin caer en la cuenta de que cuando se habla  de tutela se está hablando de incapacidad o de irresponsabilidad. Cada vez que alguien intenta tutelarte, gobernarte o incluso dirigirte, supone que no eres capaz de responsabilizarte de tus propios actos. Lo que hacen los padres y lo que hacen los gobiernos se asemeja mucho a este respecto. 
 
Repercusiones de la tutela  Se supone que quien te tutela debe protegerte. De ahí que luego nos volvamos exigentes. Ya hemos dicho que la función paterna siempre es fallida y la tutela es una especie de sustitución de la función de los padres, por lo que lógicamente también es fallida. Es fácil quejarse de un tutor, incluso es normal. 
 Y lo es más aún cuando, ni tienes edad para que te tutelen ni estas incapacitado, pues no debemos olvidar que cada vez que hablamos de tutela hablamos de incapacidad. 
 De ahí que surja nuestra protesta o nuestra queja ante situaciones variadas que, en otro contexto, podrían tener un carácter personal. Protestamos ante el SERGAS (*3) por su incapacidad de resolvernos un problema de salud, pese a que el problema se derive de una actuación errónea por nuestra parte. Ese asunto británico del uso del tabaco es aplicable también al alcohol, el queso ahumado, la falta de ejercicio y la promiscuidad. 
 También protestamos ante el Ayuntamiento por rompernos una pierna al meterla en una alcantarilla destapada. Es algo similar. El tutor debe velar por ti y facilitarte la vida "para que no metas la pata". Si además pagas para que te tutelen, ya se sabe el lema comercial "quien paga exige". 
 Se supone que el tutor debe de velar por ti. Suele además recibir algún beneficio si lo hace, puesto que se habla de administración de bienes. De no ser así hablaríamos simplemente de padrinos, los que sustituyen a los padres sin más oficio ni beneficio. 
 Un ejemplo reciente de esta dinámica es el paso de los partos normales de las casas a los hospitales. Diversos temores, principalmente los metidos a las primíparas por otras mujeres, o los de las comadronas y los médicos, que se sienten más seguros en un medio hospitalario que en un domicilio, han ido derivando los patos normales desde la casa al hospital. Los miedos se han difundido de tal forma que hoy son las propias embarazadas las que exigen ser atendidas en el hospital, "no vaya a ser que...", como si el parto se hubiese convertido en una enfermedad. Ya no se trata de hacer algún parto de riesgo en el hospital, se trata de cubrir un nuevo miedo haciéndolos todos allí. Nadie discute que haya disminuido la mortalidad por parto, se trata de que se comete un abuso. Algunos partos deberían según el riesgo hacerse en hospital, la mayoría podrían seguirse haciendo en casa, con beneficios psicológicos para la madre y el bebé. Además, ya en  el hospital, es más fácil acelerar un parto por conveniencia del equipo asistencial, que prefiere hacerlo de día, o hacer una cesárea que tal vez no era tan imprescindible, pero "dado que estamos al lado del quirófano y más vale evitar complicaciones..." 
 
Dos notas sobre responsabilidad  Por responsabilidad debe entenderse la capacidad de responder de o por lo que se hace. Es el cargo de reparar o satisfacer una obligación moral. 
 Responsabilidad viene del Latín, re, que significa volver a, y spondeo, prometer. Tal vez se entienda mejor fijándose en lo que hacen los políticos. La frase de Adolfo Suaréz de "Puedo prometer y prometo" está directamente relacionada con el compromiso de responder después. 
 La persona responsable es la que es capaz de responder por lo que hace. De dar respuesta, contestación o réplica, pero en definitiva la que conoce la razón por la que hace las cosas y, en consecuencia, gobierna su vida. El irresponsable, en cambio, no sabría por qué actúa, lo que da a sus actos un carácter compulsivo, una raíz inconsciente. 
 
¿Atrae el temor problemas?  Este asunto puede resultar particularmente interesante. El conocido santo Job era por lo que se sabe un hombre temeroso. Job perdió todo antes de darse cuenta de que todos sus temores se habían cumplido. Se dice que los perros te huelen el miedo y que esa es la razón por la que ladran a ciertas personas y no a otras. 
 Spalding, en su libro sobre el viaje realizado a través de la India, el Tíbet y el desierto del Gobi, hacia 1983 refiere como los aldeanos temerosos de los tigres devoradores de hombres pedían ayuda a ciertos maestros yoguis que dejaban su cuerpo inerte a la entrada del pueblo ahuyentando así a los tigres. 
 "No hay que tener miedo de los animales. Si vosotros no los molestáis, ellos no os harán ningún mal. Habéis visto cómo un cuerpo inanimado yacía sobre el suelo delante de un pueblo para proteger a sus habitantes. No se trata más que de un signo físico destinado a las gentes. 
 El cuerpo está expuesto indefenso a la voluntad del animal. Pero aunque esté inerte no sufre ningún daño y las gentes notan ese hecho. Dejan entonces de tener miedo del animal. Desde ese momento, no emiten más vibraciones de miedo. No recibiendo más esas vibraciones, el animal considera a las gentes presas iguales que los árboles, la hierba o la casa del vecindario, que no emiten ninguna vibración de miedo. El animal pasará inofensivo en medio del pueblo, en el cual antes habría elegido una presa, aquella que emitía las más fuertes vibraciones de miedo". 
 Si amas a un animal, éste te devuelve su amor. Si te aproximas a un animal como un enemigo, tendrás que vértelas con  un enemigo. Lo más interesante de esta reflexión es el hecho de que el ser humano es también un animal. Tal vez nuestro embrutecimiento sensorial, propio de un medio ambiente desnaturalizado, nos haya impedido captar conscientemente aquello que, de forma inconsciente, sigue influyendo en nuestra conducta. 
 Un cuento que saco de un artículo de Rosa González dice: "En cierta ocasión un monje iba a cruzar un río. Un samurai lo detuvo, diciéndole que ese día tenía que matar a cien personas y él era el último a quien debía aniquilar. El monje le dijo que antes de morir, iría a ver a su maestro y luego regresaría. El maestro le indicó que como él no estaba preparado para luchar, debía disponerse a morir. El joven monje regresó y , ante el samurai, colocó las manos sobre su cabeza dispuesto a afrontar su destino. El samurai no pudo matarlo. Se dió cuenta de que tenía enfrente a un hombre sin miedo". (*3) 
 Si finalmente resulta cierto que tiene que existir una víctima para que aparezca un verdugo, puede no ser menos cierto aquello de que "cada pueblo tiene los gobernantes que se merece". En definitiva, cada uno sería responsable de los resultados que obtiene en la vida. 
 
De las furias a las Euménides  Todos los datos de que disponemos nos hacen suponer que los griegos sabían mucho de la vida, pero también que ese saber podía ya ser un saber decadente respecto a lo muchísimo que sabrían civilizaciones anteriores. 
 De hecho los mitos griegos contienen tal cantidad de sabiduría que no parece posible que pueda haber sido acumulada por un solo pueblo. 
 En el mito de Orestes encontramos el prototipo de las enfermedades mentales. Sobre la venganza de Orestes se pueden encontrar diferentes relatos, pero los aspectos fundamentales coinciden. 
 Contaba Orestes doce años cuando su padre Agamenón volvía  victorioso de la guerra de Troya. Las tormentas que trataron de desviarlo de la costa de Micenas no fueron suficiente aviso de que la maldición caída sobre la estirpe de Agamenón estaba a punto de volver a actuar. 
 La maldición había caído sobre Pélope y sus descendientes por agravar una maldición anterior que ya pesaba sobre la casa por viejos asuntos de la familia de Tántalo, tatarabuelo de Agamenón. También los hijos de Pélope, Atreo padre de Agamenón y Tiestes su tío y padre de Egisto, habían tenido sus problemas. 
 Cuando Agamenón regresó de la guerra fue asesinado por su esposa Clitemnestra, alegando ésta que lo hacía en venganza por haber sacrificado Agamenón a los dioses a la hija mayor de ambos Ifigenia, pero realmente Clitemnestra mantenía relaciones ilícitas con Egisto. 
 Orestes, puesto a salvo lejos de Micenas, creció debatiéndose en un dilema moral. Como hijo varón de Agamenón venía obligado a vengar la muerte de su  padre, pero el mayor pecado para los griegos era el matricidio. Temía pecar matando a su madre y temía incumplir el mandato de Apolo, si no vengaba a su padre. 
 Cuando finalmente mató a su madre, por el delito de sangre atrajo contra sí a las Furias, viejas, grandes y horribles deidades espectrales de la noche, que sólo él podía oír y ver, y que le atormentaban día y noche con sus inculpaciones y con su aspecto. 
 Tras un largo vagar atormentado Orestes es juzgado antes Palas Atenea. Orestes asume su responsabilidad por el delito  en lugar de culpar a Apolo cuya ley le había incitado. Los jueces y el jurado ateniense colocan tantas piedras blancas como negras, con lo que no lo condenan y Atenea desempata colocando una piedra blanca que simboliza su inocencia y el hecho de que sólo los dioses pueden decidir allí donde los humanos no alcanzan a dilucidar. 
 La leyenda de Orestes simboliza como la locura es un asunto de familia, en donde el individuo se ve sometido a presiones y mandatos diversos relacionados con la conducta de sus antecesores o hermanos (Electra también le hace prometer venganza). La enfermedad sobreviene cuando el sujeto antepone la influencia externa a su propio criterio o modo de ver la vida. Las Furias o síntomas de la enfermedad mental aparecen como indicativo de que la persona se ha desviado de su camino de crecimiento espiritual y representan los demonios interiores o los temores introyectados. 
 La curación aparece cuando Orestes asume su responsabilidad y acepta su inocencia. Es entonces cuando las Furias dejan de culpar, de amedrentar y se transforman en las Euménides, deidades benignas y portadoras de la gracia. 
 
El final de una herejía  Cada vez son más los nuevos místicos del siglo XX (Físicos, Psiquiatras, Psicólogos), que pasando por encima de sus propios temores al descrédito social, hacen publicaciones sorprendentes sobre diferentes aspectos del espacio-tiempo. 
 Terapeutas procedentes de distintos campos han ido confluyendo en hallazgos casuales aparecidos en sesiones de psicoterapia, de hipnosis, relajaciones y regresiones, ejercicios respiratorios o análisis de sueños, que aportaban escenas relacionadas con el orígen de síntomas del paciente. 
 Esas escenas, cuya abreacción iniciaba un camino de mejoría  clínica, ligaban relaciones personales y acontecimientos cercanos con escenas infantiles, del nacimiento, vivencias intrauterinas y de vidas anteriores. 
 Cuando los psicoterapeutas se sobrepusieron a su sorpresa y decidieron investigar más a fondo , descubrieron importantes  coincidencias entre las descripciones de muerte en vidas pasadas y los casos de muerte clínica. 
 Pero aún más interesante que las similitudes escénicas resultó el cambio que, frecuentemente, se verificaba en la vida de unos y otros pacientes. Además de la progresiva mejoría de sus padecimientos, adquirían una especie de sentido de sus vidas, como si tuvieran misiones concretas que cumplir, cambiaban su mentalidad sobre la valoración de los hecho mundanos y dejaban de tener miedo a la muerte y en consecuencia a la vida. 
 
Bibliografía
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  2. CERMINARA, G.: "Nuevos descubrimientos sobre la reencarnación" EDAF.
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  4. DROVOT, P.: "Todos somos inmortales" EDAF.
  5. FIORE, E.: "Usted ya estuvo aquí" EDAF.
  6. GENOVARD, C. ; GOTZENS, C. Y MONTANÉ, J.: "Problemas emocionales en el niño" Editorial Herder.
  7. GOSSETT, D.: "Como vencer el temor" Editorial Vida.
  8. GROF, S.: "Psicología transpersonal" Editorial Kairós.
  9. IVERSON, J.: "Más de una vida" Editorial Martínez Roca.
  10. JAMPOLSKY, G.: "Amar es la respuesta" Edit. Paidos.
  11. LÓPEZ IBOR, J.J.: "La Angustia Vital" Edit. Paz Montalvo.
  12. MOLIST POL, E: "Enciclopedia de la mitología" Edit. Gasso.
  13. MOODY, R.A.: "Vida después de la vida" EDAF.
  14. NADAL GAYA, C.: "Enciclopedia de leyendas universales" Edit. Gasso. 
  15. NEWTON, M. : "Vida entre vidas" Edit. Robin Book.
  16. PÉREZ LÓPEZ-VILLAMIL, J.: "Manual de Psiquiatría" Tomo I Editorial Compostela.
  17. SCHWAB, G.: "Las más bellas leyendas de la antigüedad clásica" Edit. Labor S.A.
  18. SCOTT PECK, M.: "La nueva psicología del amor" Edit. Urano.
  19. SPALDING, B.T.: "La vida de los Maestros" Edicomunicación S.A.
  20. VALLEJO RILOBA, J.; BERRIOS, G.B.: "Estados obsesivos" Editorial Masson S.A.
  21. VERNY, T.: "La vida secreta del niño antes de nacer" Edit. Urano. 
  22. WEIS, B.: "A través del tiempo" Ediciones B.
  23. WILBER, K.: "Psicología integral" Editorial Kairós.
  24. WOOLGER, R.J.: "Otras vidas otras identidades" Edit. Martínez Roca.
 
Notas (*1) Elvira Huelves. "Los Niños de la Guerra Rememoran la Postguerra", en La Esfera Revista Cultural de El Mundo, suplemento del diario de fecha 14/9/96. 
(*2) C. Genovard, C. Gotzens y J. Montané. "Problemas emocionales en el niño". Biblioteca de Psicología. Editorial Herder. 
(*3) Rosa González. "Miedos. Las barreras internas", en la revista "Ser humano" de septiembre de 1996.
 
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