Aspectos
fisiológicos del miedo |
El miedo es una reacción al peligro sea éste real o imaginario.
El miedo tiene habitualmente un componente psíquico que es el sentimiento
de temor o emoción desagradable en la que el sujeto siente una amenaza,
y uno neurovegetativo que corresponde al modelo de respuesta al estrés
o modelo defensivo: palidez o rubor, rigidez o temblor, taquicardia, taquipnea,
sudoración.
Sin embargo, cuando el miedo es de gran intensidad la respuesta
es el terror, que viene caracterizado porque queda anulada la capacidad
defensiva. En lugar de preparar para la lucha o la huida, la respuesta
neurovegetativa es excesiva, produciéndose la pérdida de
control de esfínteres o el desfallecimiento, lo que también
podría interpretarse como la primitiva de algunos insectos y animales
inferiores consistente en hacerse el muerto.
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Retazos
históricos |
Tal vez no sería exagerado decir que la historia de la
humanidad, o quizás más exactamente la de sus desgracias
es una historia basada en el miedo.
Entre los poetas españoles uno, apenas conocido, ha pasado
a la historia, es decir, a las antologías, por un poema épico-patriótico
en el que se refiere a la sublevación contra la invasión
de Napoleón, del que dice:
"y no llegó a percibir,
ebrio de orgullo y poder
que no puede esclavo ser
pueblo que sabe morir."
Este espíritu saguntiano y numantino puede no obstante tener
más que ver con el miedo a seguir viviendo (con el hambre, la esclavitud
o la tortura) que con un auténtico saber morir. Aunque los franceses
de la época estaban un poco más civilizados que los romanos
conquistadores de Iberia, los soldados napoleónicos no eran, desde
luego, un dechado de virtudes en su trato con el pueblo.
Pero por unas razones o por otras el no mostrar miedo a la muerte
o el hecho práctico de preferirla sobre determinadas condiciones
de vida parece ser algo que siempre le ha creado grandes problemas a los
gobernantes o a los que detentaban el poder.
Parece un hecho histórico que los romanos se sorprendieron
por el arrojo de muchos de los primeros cristianos en su enfrentamiento
con el tormento o con la muerte por defensa de sus convicciones o creencias.
Por entonces el cristianismo era no más que una secta que se oponía
a las creencias comunes del imperio y que creía fundamentalmente
en la vida, tanto por creer en la vida eterna como por hacerlo en la resurrección
y en la reencarnación. Esos fueron los siglos que después
se llamarían la era cristiana primitiva, tal vez por pura propaganda
gubernamental para imbuir en el personal la idea de que lo posterior era
realmente más avanzado. Pero no.
Cuando, finalmente, en el siglo IV el poder político claudica
ante el cristianismo con aquella historia de los sueños de Constantino,
lo hace con determinadas condiciones. El emperador convirtió al
cristianismo en la religión oficial del Imperio Romano pero no sin
suprimir las referencias del Nuevo Testamento a la reencarnación.
Esa doctrina, defendida hasta entonces por diferentes padres de la Iglesia,
entrañaba una seria amenaza ya que si los ciudadanos no temían
morir, al poder mejorar en otras vidas, serían menos fácilmente
obedientes a las leyes y ordenes del emperador.
Cuando, finalmente, en el siglo VI la Iglesia claudica ante el
poder el II Concilio de Constantinopla, aceptando los planteamientos de
Constantino, declara herejía la creencia en la reencarnación,
pensando seguramente que si los cristianos tenían demasiado tiempo,
vida tras vida, para alcanzar la salvación, no se apresurarían
a obedecer a una institución que gozaba día tras día
de más y más poder.
Las cosas evolucionaron de forma que las religiones prometían
más y más beneficios a quienes morían por ellas al
tiempo que aplicaban más rigor en la tortura a los que se desviaban.
Las cruzadas para los cristianos contrapuestas a las torturas de la Inquisición.
Paraíso de huríes del Islam para los que mueren en la Guerra
Santa contrapuesta a los castigos de cortar manos por robo y otras torturas
no sólo físicas sino psicológicas, ya que si no se
tiene el cuerpo completo no se puede entrar al paraíso. Kamikazes
que mueren por el dios emperador contrapuesto al harakiri por deshonor
que es una de las muertes más dolorosas.
No obstante, el carácter de mártir también
contiene en parte un espíritu suicida. Por espíritu suicida
entiendo el carácter chantajista que conlleva ese deseo profundo
de mostrarle al otro el daño que le ha hecho a uno, lo injusto que
ha sido o en definitiva que uno tenía la razón. Sé
que a veces el suicidio tiene un carácter de rebelión contra
la vida, de desprecio de la misma (como pataleta), de aburrimiento o de
que la vida no tiene nada que ofrecernos, pero entiendo que en todos estos
casos la queja mantiene igual significado. De hecho, a mi entender, solo
cambia el sujeto o persona sobre quien se aplica la queja. Donde antes
estaba el padre, la madre, el novio o la esposa, puede aparecer Dios o
la Naturaleza, la Justicia o el Estado. Pero en el caso del mártir,
éste lega a la posteridad su convicción de tener razón,
es decir de estar en posesión de la verdad. Esta cuestión
no sólo ha sido bien aprovechada por las instituciones eclesiásticas
con posterioridad sino que fue perfectamente entendida por la Inquisición
quien, sabedora del beneficio que cualquier mártir proporciona a
una causa, se cuidó muy mucho de evitar condenas sin una previa
confesión de culpabilidad. Eso si, aplicando para ello todo tipo
de presiones en una época en la que todavía no se hablaba
de derechos humanos y cualquier iniciativa en este sentido podía
considerarse defensora de los derechos del demonio, mientras que lo que
podía pretenderse como derechos divinos era una clara confusión
con los intereses del poder eclesial.
Discípulos aventajados de los inquisidores fueron, ya
en nuestro siglo y desde un punto de vista ideológicamente opuesto,
los diferentes gestores de las dictaduras que pretendidamente lo eran del
proletariado quienes en las purgas obtenían confesiones de traición
generalmente a cambio de alguna promesa de respeto póstumo a la
imagen del purgado o a la vida de todo el resto de su familia.
En otros casos históricos el uso del temor o incluso del
terror para el control político o religioso de las sociedades puede
haber sido más brutal o más masivo y seguramente su estudio
detallado aportaría datos de interés, aunque tal vez no sea
tan conocido. Los nazis, por ejemplo, fueron masivamente menos sutiles
que los inquisidores o los soviéticos. Mataron judíos, cristianos
y no arios en masa siguiendo criterios de condena global, que no requerían
confesiones particulares. En eso se parecían más a los romanos
matando cristianos o esclavos en general, no necesitaban tanta historia
de hacer juicios u otras consideraciones de derechos humanos que pudieran
suponer pérdidas de tiempo. Tanto los romanos como los nazis se
sabían tan suficientemente poseedores de la verdad-poder, que no
necesitaban más explicaciones o detalle de procedimiento. En cambio
los nazis fueron especialmente perversos en su manejo de la ideologizacion
de los jóvenes hasta conseguir de ellos que denunciasen a sus propios
padres.
Al no ser historiador me resulta más difícil organizar
la temporalidad de los acontecimientos sobre el uso del temor y tal vez
por eso esta exposición tiene más que ver con las ideas que
modelan cada paso que con el devenir histórico de los pasos mismos.
Es como las procesiones de la Semana Santa, que tienen más que ver
con las imágenes de que dispone la ciudad que con el orden histórico
de la pasión.
Pero como psicoterapeuta me interesa más la ejemplaridad
de los acontecimientos que su propio orden, ya que el orden responde a
una cuestión subjetiva relativa a la necesidad particular del sujeto.
No hay un orden objetivo.
Hasta aquí parece claro que el poder político ha
utilizado el miedo en ocasiones y ha llegado a someterse al poder religioso
(aprovechándose de él). El poder religioso ha utilizado el
miedo y ha llegado a someterse al poder político (aprovechándose
de él).
Es necesario señalar que además ha existido la
Ciencia. La Ciencia ha seguido su propia dinámica con el Poder Político
y con la Religión.
Quién haya visto una película como "El Faraón"
puede tener claro cómo, en determinados momentos históricos,
el poder religioso ha hecho uso del conocimiento científico para
vencer al poder político. Se representaba allí cómo
los sacerdotes de Amón aprovechaban sus conocimientos astronómicos
sobre la hora en que habría de producirse un eclipse de Sol, para
amedrentar al pueblo y ponerlo en contra del faraón que apoyaba
al dios Atón.
Pero también el poder político ha usado de la ciencia
para vencer a la religión con planteamientos positivistas o materialistas
que , por estar abiertamente en contra, como la teoría de la evolución
en su momento, de los planteamientos religiosos, desprestigiaban al poder
religioso.
La Ciencia ha tenido que esperar ante el dogma religioso en casos
como los de Galileo. A pesar de que el conocimiento científico demostraba
que era la Tierra la que se movía en torno al Sol, la Iglesia consideraba
que eso iba en contra de la Fe y en consecuencia tenía que ser el
Sol quien se moviese en torno a la Tierra. Galileo se envainó públicamente
su opinión porque no estaba dispuesto a ser un mártir. Hoy
nadie con un mínimo conocimiento discute que lo que asevera la Ciencia
tiene más base que lo que dice la Religión. La Iglesia tuvo
que ir haciendo la vista gorda a medida que los hechos, que por lo común
son enormemente tozudos, se acumulaban a favor de la ciencia. Con todo,
sólo muy recientemente se ha reconocido de manera oficial el error
cometido con Galileo.
Pero también la ciencia ha tenido que modificar algunos
de sus planteamientos a lo largo de los tiempos y, aunque tal vez no muchos,
también ha ido perdiendo algunas batallas ante las creencias religiosas.
"La Biblia tenía razón" es el título de un libro que
recuerdo haber visto siempre en la biblioteca de la casa de mis padres.
Trataba de diversos descubrimientos arqueológicos concordantes con
pasajes bíblicos que hasta entonces se habían tomado por
simbólicos o fantasiosos. Y no sabemos lo que nos resta por descubrir,
ya que andar sobre las aguas, teletransportarse o subir a los cielos en
máquinas voladoras, como las que describe Elías, son cosas
que ya están en la ciencia-ficción, y no conviene olvidar
la lección de Julio Verne. Por otra parte quién se atrevería
ya a negar que se pueda llegar a vivir como Matusalén. Hoy sabemos
que, salvo las células nerviosas, todas nuestras células
se renuevan y dependiendo de nuestra alimentación, modo de
vivir y modo de pensar, la composición de nuestro organismo, en
su conjunto, se puede cambiar en pocos años. Tal vez envejecer de
forma acelerada sea un programa que se sigue, pero que puede dejar de seguirse.
Que la ciencia se ha aprovechado de la política para sus
propios avances es un hecho conocido, como sucedió con las investigaciones
armamentísticas de la segunda gran guerra que condujeron al desarrollo
de la energía atómica, de importantes avances en la aeronáutica,
etc.
Pero el resultado final de la mayoría de estos movimientos
de poder ha conducido a lograr la primacía de aquel poder que conseguía
infundir mayores miedos colectivos.
De esta forma nuestra sociedad se ha desarrollado en un ambiente
en que el temor ha sido constantemente utilizado como mecanismo de control
social, y no sólo de unos países hacia otros, sino dentro
de cada sociedad concreta.
Dado que el temor ha sido utilizado de forma tan desproporcionada,
ha inundado todas las estructuras sociales, incluída la familia
misma. En algunos momentos históricos eso se hace más patente,
como indica Elvira Huelves: "Miedo es un concepto compartido por todos
los que recuerdan la postguerra, siendo todavía unos críos".
"Miedo a decir algo invonveniente", como rememora Carmen Martín
Gaite. "El miedo, sí, la sensación en las casas de que había
que tener cautela. Todo se decía en sordina. Se tuvo miedo durante
mucho tiempo, incluso cuando, ya en 1943, entré en la universidad,
persistía esa sensación" (*1). Tal vez por eso, la última
vez que vi a la escritora en Salamanca, este verano, hablaba más
bien bajo, inclinándose hacia su compañera de la mesa del
rincón mientras, con su mirada recorría una y otra vez el
pequeño comedor de El Mesón dando la espalda a la pared.
Esa posición controladora me pareció entonces adecuada a
las necesidades de observar de quien escribe, pero ahora pienso que podía
contener, al mismo tiempo, esos dejes cautelosos que nos llegan del pasado.
Dentro de la familia, la intimidación ya sea directa o
bien a través de la crítica y la desaprobación han
constituído y constituyen todavía importantes mecanismos
del proceso educativo.
La razón por la que eso no llama habitualmente la atención
es que el miedo es en principio un mecanismo de defensa animal, por lo
que su aprendizaje es interesante para el cachorro. Sin embargo la leona
o la loba no se pasan esta enseñanza, que tiene un mínimo
componente instintivo, permitiendo que el cachorro desarrolle también
su intrepidez. El niño, en cambio, casi sólo puede ser intrépido
cuando no lo observan los mayores.
Pero además el temor es, en cierta mediad, contagioso
y lo es mucho dentro de la familia. Cuando los niños captan que
sus padres temen algo, esa experiencia de inseguridad de aquéllos
que en principio deberían proporcionársela a ellos resulta
particularmente inquietante. El niño aprende así a temer
una gran parte de aquellas cosas o situaciones que sus padres temen mucho
más que a protegerse del peligro. En consecuencia cuanto más
temores tengan los padres, más temerosos en general resultarán
sus hijos.
El problema está en que esos hijos necesitarán
muy buenas experiencias o compañías en su vida para no convertirse
en nuevos trasmisores de temor, no sólo a sus hijos, sino a través
de sus relaciones de amistad, laborales, etc., camino por el cual pueden
saltar a nuevas familias. |
Las
defensas como señal |
Dicen que por el humo se sabe donde está el fuego y de igual
forma se podría decir que las defensas descubren donde está
el miedo.
La invulnerabilidad vendría mucho mejor caracterizada
por la indefensión que por la eficacia y complejidad de las medidas
defensivas.
Los desperdigados castillos que salpican el paisaje de Asturias
a Andalucía, nos hablan del temor que pasaron los unos y los otros
a lo largo de la Reconquista. Las defensas costeras derruidas, desde las
torres de Catoira hasta los bunkers de las costas de Cádiz, pasando
por las desusadas baterías de costa, nos hablan del miedo a las
invasiones desde la época vikinga hasta la Segunda Guerra Mundial.
Lo mismo podría decirse de la recientemente descubierta red de refugios
pirenaicos.
Pero esa defensa ante un posible avance enemigo no afecta sólo
al frente o a la extremadura durante una contienda, o a las fronteras entre
naciones. Se extiende a la verja de la finca, al muro con cristales incrustados,
a las rejas y a las puertas de seguridad de las viviendas.
Es incontable el esfuerzo, las energías o, por simplificar,
el dinero que la humanidad gasta en defenderse de la humanidad.
Y, como muchos piensan que la mejor defensa es un buen ataque, no se
desarrollan sólo las defensas sino también las armas ofensivas.
El fundamento de la guerra fría fue el defenderse haciendo que el
contrario tuviera más miedo que tú pero en esa escalada tú
tienes también cada vez más miedo.
Pero la humanidad no sólo se defiende de la humanidad.
Cada vez dedica más esfuerzo a prevenir o combatir las desgracias
naturales y las enfermedades que en muchas ocasiones se han generado por
su propio descuido con la naturaleza o con la higiene.
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Algo
más sobre el miedo de los padres |
Con independencia de los dos aspectos ya señalados, la
enseñanza de las situaciones de peligro y el contagio del miedo
de los padres, hay otra importante influencia del miedo de los padres en
la educación de los hijos.
Aún partiendo de la base de que los padres desean lo mejor
para sus hijos, eso no es garantía de que logren transmitir a éstos
la manera de poder conseguirlo. Sucede además que lo que los padres
consideran mejor para sus hijos no suele coincidir con lo que éstos
consideran mejor para sí mismos. De ahí que siempre exista
un cierto nivel de desacuerdo que lleva al hecho final de que la función
paternal siempre es fallida. La asignatura de la paternidad nunca se aprueba,
no existe manera de hacerlo bien por más bien que se haga.
Una de las razones fundamentales de estos desacuerdos viene dada
por los temores de los padres. Los padres suelen temer que sus hijos sufran
accidentes, que adopten conductas socialmente inadecuadas, que tengan malas
compañías, que no escojan la profesión más
adecuada, que decidan emparejarse demasiado pronto e incluso irse de casa,
que se obcequen con una pareja poco apropiada para ellos, o tal vez que
no parezcan tener ninguna prisa por casarse o marcharse de casa, además
de algunas otras pequeñeces sobre estudios, comida y otros detalles
de la vida cotidiana que, tal vez, sea razonable temer.
Todos estos temores engendran actitudes encaminadas a controlar
y encarrilar el desarrollo y conducta de los hijos por los railes deseados
por los padres, que generan multitud de desacuerdos, discusiones y enfrentamientos
que van, como poco, aumentando la separación y la distancia entre
unos y otros, cuando no la frustración o represión de alguno
de ellos.
Pero además de lo que pueden ser temores reales o imaginarios,
pero coherentes, que transmiten una cierta idea de la vida, las ansiedades
de los padres se presentan en ocasiones de forma incoherente o contradictoria,
generando únicamente confusión o desconcierto.
Así, por ejemplo, asistí hace un par de veranos
a una escena playera que me hizo pensar. Delante de mí salía
del agua un niño de unos siete años que venía de bañarse
igual que yo, cuando, de repente, llegó en tromba su madre y le
arreó dos cachetes al tiempo que gritaba "ya te tengo dicho que
no te muevas de delante de nosotras, menudo susto me has dado".
Es sabido que cuando te bañas en el mar te vas desviando
poco a poco y aunque no nades mucho, no resulta nada fácil salir
delante de donde tiene puesta la toalla la familia. De hecho mi familia
había quedado aún más distante que la del niño.
La diferencia es que a mi se me considera un adulto responsable y nadie
vino ni a pegarme ni a reñirme.
Ahora bien, si al niño se le hubiera considerado responsable
como a mí, no hubiera existido preocupación por el punto
en que saliera del agua, salvedad hecha de la cuestión de las mentes
asesinas de esas madres que a la menor imaginan niños ahogados en
las playas.
La más elemental de las lógicas nos lleva pues
a suponer que al niño no se le consideraba responsable y de ahí
la necesidad de poder vigilarlo bien, que sentía la madre. Pretender
que para facilitar la vigilancia materna, el niño no se mueva del
lugar en el que se baña es suponerle una responsabilidad que, al
mismo tiempo, se le niega. Debería pues haber sido la madre la que
permaneciera atenta y vigilante para evitar la pérdida o despiste
del niño, en lugar de distraerse conversando con su compañera
de playa.
Por consiguiente, es la madre la que actúa de forma irresponsable
pero, en lugar de corregir su error, tras el susto de perderlo de vista,
reanudando su vigilancia al volver a localizar al niño saliendo
del agua, decide descargar su enojo contra él y culpabilizarlo.
Nada coherente puede aprender el niño de esta escena,
ni siquiera la necesidad de obedecer. Puede, eso sí, sentirse inseguro,
confundido o injustamente tratado, todo lo cual genera temores sobre diversos
aspectos de la vida y de la relación con las demás personas.
Los efectos devastadores de otras situaciones, como el doble
vínculo, son sobradamente conocidos.
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Aspectos
etimológicos |
El miedo y su emoción concomitante, el temor, tienen diferentes
grados: el susto, la timidez, la alarma, el terror y el pánico.
Miedo viene del latín metus que indica inquietud, temor,
angustia de un peligro. Susto viene del latín suscitare ,que se
refiere al hecho de despertarse del sueño o levantarse de golpe,
por lo que viene a coincidir con sobresaltarse.
Timidez y temor vienen ambas de timeo, tener miedo. La alarma
es una señal de peligro que induce una actitud defensiva y tiene
su origen en el grito ¡al arma!
Terror viene del latín terreo y la utilizamos como miedo,
espanto o pavor, pero esta etimología nos habla de la aproximación
a la tierra, tanto si te derriba contra el suelo como sucede en el desmayo
o en el agazaparse, como si te cubre en la trinchera o en la tumba.
Pánico procede del griego panikos y es una palabra de
más reciente incorporación que, aunque sea usada como sinónimo
de terror, añade, realmente, el matiz de no tener causa justificativa,
con su referencia al dios Pan, al que se atribuyeron todos los ruidos aterradores
de causa desconocida que se oían por los montes y los valles. Pavor
viene del latín paveo, y espanto, con igual raíz, de ex,
que significa de, y paveo, que significa temblar de miedo.
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Tipos
de miedos |
Los miedos pueden ser vistos etológicamente desde el carácter
más individual que afecta al cachorro, hasta el carácter
apocalíptico de los miedos que amenazan si no al conjunto de la
especie sí a amplias poblaciones. De este último tipo sería
hoy el SIDA, como en su momento lo pudo ser el cólera, la lepra
o cualquiera de las grandes pestes que parecían poder arrasar con
la humanidad entera de la faz de la tierra. Algo similar, aunque tenga
un carácter algo más local sucede con los miedos políticamente
generados por intereses raciales, como el holocausto, el Ku Klux Klan o
, más recientemente, los genocidios de los hutus y los tutsis.
Los miedos ecológicos tienen un carácter mas reciente
en la historia de la humanidad. La destrucción por guerra atómica,
la contaminación ambiental, radiactiva, química o biológica,
de la atmósfera, los océanos o las tierras, y el agujero
de ozono, los meteoritos gigantes o los cometas, se han desprendido de
nuestros nuevos conocimientos sobre el poder destructivo de la acción
humana unas veces, y otras veces de la naturaleza.
Pero todos los temores pueden ser normales o imaginarios, los
primeros son una minoría y tienen un sentido sano, de preservación
de la vida o de defensa ante peligros que son reales. Los temores imaginarios
son multitud, quizás más del noventa por ciento de los temores
y resultan dañinos para el individuo por suponer una reacción
desproporcionada ya en la intensidad o en la duración, ante estímulos
reales de escasa importancia o ante suposiciones o peligros meramente imaginarios.
Estos temores producen inquietud, incomodidad, disarmonía, y como
todo estrés mantenido, va desgastando la vitalidad y destrozando
la capacidad defensiva del individuo, con lo que se facilita que éste
enferme. Un autor hindú señalaba cómo durante las
epidemias de cólera y tifus, el miedo a padecer la enfermedad parecía
funcionar como la mayor causa predisponente a que los individuos cayesen
enfermos.
De los temores imaginarios, los que tienen un caracter más
peculiar, irracional o antinatural son las fobias, en las cuales sea cual
sea la realidad objetiva del peligro, el camino de la causa al efecto parece
tener un largo trecho en el inconsciente del sujeto.
Mientras que la mayoría de los fóbicos presenta
síntomas de excitación (taquicardia, etc) los que temen ver
sangre tienden sobre todo a desmayarse, lo que apuntaría a una asociación
de carácter terrorífico.
Pero, aunque citemos las fobias como los miedos o temores patológicos
más conocidos, los miedos digamos normales, los más frecuentes
de los seres humanos o, si se, quiere los grandes miedos a los que podríamos
reducir la totalidad de los temores son tres:
- a la muerte (desaparición como ser; agonía como
sufrimiento).
- a la locura (desaparición como persona; sufrimiento
emocional).
- al dolor (sufrimiento físico o emocional).
Si no parece necesario extenderse en explicarlo, es porque los
paréntesis resultan suficientemente claros a la hora de reducir
a esos tres modelos de temores más frecuentes la totalidad de los
temores.
Empero se me antoja de mayor interés señalar cómo,
incluso estos tres tipos, podrían reducirse a dos:
- miedo a morir: temor de desaparecer como ser vivo y tal vez
como ser, a desaparecer como persona, a demenciarse o volverse loco hasta
dejar de ser quien se era. López Ibor señaló, a propósito
de la angustia vital, cómo durante la crisis podía existir
la vivencia del presentimiento de la disgregación o disolución
del Yo.
- miedo a vivir: temor a sufrir físicamente en forma
de dolor o impotencia, o psíquicamente en forma de dolor emocional,
enajenación o extrañeza de sí mismo.
Visto hasta este nivel de simplificación podemos observar
que todo miedo tiene un carácter anticipatorio. No es exactamente
lo que está sucediendo en este momento preciso lo que crea el temor,
sino la idea anticipatoria de lo que puede suceder en el momento siguiente.
No se trata exactamente del dolor de cualquier tipo que uno pueda
estar sufriendo ahora. Eso es una sensación o un sentimiento en
mayor o menor medida desagradable, que uno puede estar viviendo. Carecería
de importancia con saber que desaparecería al momento siguiente.
Lo que genera el temor es la idea de que va a continuar y eso es lo que
lo hace insoportable por más que uno lo esté soportando ahora.
Se teme pues la continuidad en el tiempo de algo que se valora como un
mal.
Con todo, el refrán de que "no hay mal que cien años
dure" nos hablaría incluso de que el temor no está tanto
en lo que se sufre cuanto en lo que se espera no resistir sufrir ya que
lo que aparece aquí no es el temor por la duración sino por
el incremento de la intensidad hasta niveles insufribles.
Es pues al momento siguiente al que se refiere el temor. Es la
anticipación de eso que puede suceder para peor, lo que realmente
se teme. Es pues el miedo al cambio ya que el cambio siempre produce el
miedo de empeorar. De hecho, vivimos en un país en el que existe
un dicho muy conocido que señala este temor a cambiar por encima
de toda garantía racional. Se dice "Más vale lo malo conocido,
que lo bueno por conocer". El temor a empeorar es aquí de carácter
paranoico, ya que no sólo se teme lo malo por conocer, es decir:
aquello que puede suceder como peor, sino incluso "lo bueno por conocer",
es decir que se desconfía de que lo bueno esperado pueda realmente
no serlo y acabe siendo peor que aquello que ya era malo, pero, en tanto
que conocido, sufrible, mientras que lo que se promete bueno puede terminar
siendo insufrible.
De esta manera, todo temor es a empeorar. La posibilidad de empeorar
es la única razón del miedo. El corolario sería que
la capacidad de vivir centrado en el presente no puede generar temor. El
temor sería del orden de la preocupación, no de la ocupación,
y en consecuencia no hay nada que temer en el presente ya que todo temor
pertenece a una imagen anticipada del futuro.
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El
temor en la patología |
No es la intención de este trabajo desarrollar una visión
completa de la presencia del temor en la psicopatología clínica
sino, simplemente, proporcionar una visión de conjunto y algunas
pinceladas que destaquen su importancia e incluso el interés que
este enfoque puede tener para la comprensión de algunas dinámicas
patológicas.
No quiero ahora complicarme la vida con un estudio exhaustivo
de todos aquellos cuadros clínicos en los que interviene alguna
forma de temor. Tampoco me extenderé en señalar las formas
clínicas en que el temor se presenta. Pero conviene señalar
algunas características.
Es fácil apreciar que en algunos grandes grupos de la
patología psiquiátrica el temor aparece siempre de una u
otra forma. A veces es claramente visible como un componente fundamental
del cuadro y otras es un síntoma asociado al cuadro principal.
Todo el grupo de los trastornos de ansiedad, o por ansiedad,
como se les llama ahora, está claramente emparentado con el miedo.
De hecho cuando no aparece un miedo franco, aparece una expectación
aprensiva o un estado de hiperalerta, una alarma exagerada o bien la sintomatología
física propia de una situación de estrés, es decir
de alarma. No olvidar que cuando uno acude al arma es que teme ser agredido
o que pretende agredir, lo que más adelante intentaré demostrar
que siempre se produce por temor.
El miedo a morir, a volverse loco, a perder el control o el conocimiento
(miedo a desmayarse), a la enfermedad de un familiar o a que este sufra
un accidente, son propios de los trastornos de ansiedad generalizada, de
angustia o por estrés. Las evitaciones de los fóbicos y de
los obsesivos, las conductas medio mágicas de estos últimos
para evitar que pase esto o aquello son otros ejemplos de temor.
El grupo de los trastornos somatoformes podría ser menos
claro sobre un temor subyacente y a veces bien camuflado en la somatización
o la conversión, si no apareciera como punta de iceberg la hipocondría,
también llamada antes neurosis hipocondríaca, en la que el
temor a padecer una o alguna enfermedad es lo aparente, aunque sepamos
que la cuestión tiene un carácter más profundo. De
hecho hay algo en la hipocondría que siempre me recuerda el chiste
de Nueva York. No me puedo resistir a transcribirlo. Durante una cena de
compromiso, entre varios matrimonios, poco y sólo relacionados por
cuestiones de negocios, el más activo de los componentes no para
de hablar de sus viajes por el mundo, haciendo comentarios francamente
divertidos y otros de mal gusto. Su esposa interviene de tanto en vez para
hacer notar que ella también ha ido a Nueva York con su marido.
De todas maneras el marido ha ido a Nueva York más veces y según
van contando las anécdotas, aumenta el desacuerdo matrimonial sobre
si tal o cual situación sucedió en el segundo o tercer viaje.
Poco después uno de los parias de empresa, que está en la
reunión casi de prestado, totalmente desinteresado de la conversación,
pero por aquel de intervenir dice: ¿ Y usted, Don Joaquín
cuantas veces ha ido a Nueva York ?, a lo que él contesta: pues
unas siete u ocho"
- El directivo, casi por la cortesía de no dejarlo así,
pregunta sin mayor interés por su parte, ¿Y usted Servando
cuantas veces ha ido a New York ?
- "Pues yo... una o ninguna" - contesta Servando aplicando la
misma lógica imprecisa que su superior, sin darse cuenta del absurdo
que se produce.
Sé que un chiste escrito no es lo mismo que contado, pero
vale como ejemplo de lo que aquí se quiere expresar. Es típica
del hipocondríaco esta imprecisión. Si se le demuestra científicamente
que no es real tal padecimiento mediante análisis, radiografías,
etc., él siempre estará dispuesto a padecer algo parecido,
próximo o similar, con tal de no mostrar abiertamente que nunca
ha viajado a Nueva York, es decir: con tal de no aceptar su salud.
El conjunto de los trastornos disociativos, amnesias o fugas
psicógenas, personalidad múltiple, etc., nos hablan de una
parte rechazada de sí mismo hasta el punto de no aceptarla. El temor
aquí, viene siendo a reconocerse tal como se es, y dado que eso
no se acepta, se olvida o se construye algo diferente. Podría decirse
que el temor primordial es a asumir la responsabilidad de ser como se es,
optando por ser irresponsable del propio funcionamiento, lo que supone
una especie de garantía total de que uno no tiene nada que ver con
eso.
El conjunto de los trastornos depresivos, aunque tengan diferentes
orígenes, tiene una relación persistente con las diferentes
formas del miedo a vivir. Podríamos hablar del miedo al futuro porque
el depresivo amanece desesperándose por lo que le queda de día.
Podríamos hablar de miedo al pasado porque el depresivo odia lo
que ocurrió y preferiría en todos los casos que no hubiera
sucedido o que se pudiera cambiar, pero posiblemente el miedo es a no ser
capaz de desprenderse de un pasado que le impide acceder al presente para
poder vivir, a lo que se suma su idea de que el futuro será más
negro todavía.
El conjunto de los trastornos paranoides está basado en
las diferentes formas de desconfianza del sujeto. Temores de infidelidad
(celos), de envenenamiento, de perjuicio, etc. son demostraciones de temores
en forma de detección de señales de amenaza, y adopción
de precauciones innecesarias, de traición, etc. Todo el mundo paranoide
es un mundo de temores, de amenazas, de sospechas, de desconfianza de los
más allegados a los más distantes, de inseguridad y de engaño,
incluidos motivos ruines como la envidia de nuestra inteligencia, nuestro
prestigio, nuestra riqueza o cualquier otra forma de nuestra grandeza no
reconocida por nuestros enemigos.
Aunque los trastornos esquizofrénicos puedan aparentar,
por su intrepidez agresiva, por su falta de precaución o por cualquier
otro síntoma de los muchos que parecen desconsiderar los peligros
reales, que no tienen nada que ver con el temor, resulta claro a través
de la trema inicial, que el sentimiento de desmoronamiento del mundo, de
que algo grave va a pasar, de que todo se puede descomponer, es generador
de una grave inseguridad vital que conduce directamente al esquizofrénico
a tener que salirse de una realidad insoportable por el temor que produce.
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Hacia
una etiología del temor |
El miedo o el temor no han sido suficientemente tratados en la
bibliografía médica, por lo que yo conozco, salvo en lo que
se refiere al aspecto concreto de los trastornos de ansiedad. Hay mucho
de fobias, etc. pero poco del temor como sentimiento fundamental a la hora
de comprender mucha de la patología psiquiátrica.
Algunos autores (*2) han presentado al menos cinco categorías
etiológicas de producción del miedo. El miedo por imitación,
el traumático, el producido por inseguridad, el carácter
espiral o autorreproductor del miedo por el que el miedo produce no sólo
nuevos miedos, sino más miedo, y finalmente la predisposición,
no sólo como sensibilidad de posible origen hereditario, sino por
influencias tempranas experimentadas por el niño en el útero
materno que le sensibilizan a reaccionar de forma exagerada. Así
el estrés exagerado o las situaciones de angustia persistentes pueden
influir en la mayor sensibilidad al miedo. Si, por ejemplo, la madre ha
tenido situaciones de intensa angustia durante el embarazo, el niño
puede tener mayor predisposición al miedo.
Cada vez vamos encontrando más autores que trabajan en
campos próximos pero diferentes que nos hablan de la importancia
de la experiencia uterina y del nacimiento en la cristalización
de conductas posteriores, muchas de ellas relacionadas con los diferentes
temores del sujeto.
El psiquiatra norteamericano Gerard Jampolsky ha destacado su
visión, nada original por otra parte, de que existen dos sentimientos
básicos, el amor y el temor. El amor sería el sentimiento
unificador y el temor el separador.
Así es más claro entender que la patología
caiga del lado de la separación o del temor, salvando naturalmente
la aparente contradicción de que exista una locura de amor, ya que
ésta está marcada por el temor al desamor.
En mi opinión, si se profundiza en la etiología
se topa finalmente con no muchas cosas:
1.- Peligros reales que pueden desencadenar un temor normal
de carácter defensivo propio de la especie. Entrarían en
este orden los depredadores, los enemigos o agresores, previsibles o reconocidos
con carácter lógico y las catástrofes naturales que
nos pueden dañar, cuando suceden o tienen carácter inevitable
y previsible a muy corto plazo. Estos darían lugar a lo que podríamos
llamar miedos de carácter normal, fisiológico o psicológico.
2.- Los conflictos consciente e inconsciente. Estos serían
los que darían lugar a los miedos o temores de carácter psicopatológico.
3.- Intoxicaciones y carencias. Alteraciones substantivas que
impiden el normal funcionamiento perceptivo del organismo, produciendo
vivencias imaginarias de carácter peligroso.
De estos tres tipos el primero carece de interés por su
carácter normal. El tercero tiene un carácter secundario
o sintomático de otros procesos, que son los que se deberán
considerar en su caso, incluyendo el desbordamiento de producción
de substancias o mecanismos defensivos normales, cuando estos por su exceso
ocasionan alteraciones, como podría ser el caso de los delirios
febriles de los niños.
Vamos a tratar el segundo tipo como el de mayor interés
desde el punto de vista de la patología psíquica.
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Conflictología |
La casi totalidad de las fuentes de conflictos psíquicos
se puede reducir a dos cuestiones fundamentales: el apego y el desamor.
Temerario es una persona que adopta conductas que a los demás
nos darían miedo porque nos parecen extremadamente peligrosas. El
temerario actúa pues de una forma que a los demás produce
temor, aunque el parezca no tenerlo. Una de las formas en que frecuentemente
hablamos de las personas temerarias, como intentando comprender su actitud,
es esa conocida frase de "total no tiene nada que perder".
Las personas que no tienen nada que perder parecen no tener temor.
Eso es el desapego. La fuente principal de los temores es el apego. El
apego puede entenderse como el interés, el investimiento afectivo,
la catexia o catectización de objetos amorosos o libidinales. Nos
sentimos apegados a personas, objetos o situaciones, en el momento presente
y como ya hemos dicho, la idea anticipatoria de perder esos apegos es el
origen del temor. Así pues el temor es la pérdida de algo
que ya tenemos a lo que nos hemos apegado, incluso si es una ilusión,
como la ilusión de ganar.
Lo común es que el amor funcione como un aspecto parcial
del apego. Nos encanta que nos quieran o hacernos la ilusión de
que nos quieren, nos pueden querer o nos van a querer. De hecho todos crecemos
y nos desarrollamos mejor como personas con el amor que con la crítica,
no sólo los niños.
El desamor es, pues, algo que siempre tememos, incluso si aparentemente
nunca habíamos conseguido el amor, constatar el desamor es romper
la ilusión hasta entonces mantenida.
Además, en un sentido radical, todo lo que hacemos es
para que nos quieran o para vengarnos de que no nos quieren. De esta forma
nuestro intento de conseguir amor o de mantener el que ya tenemos y nuestro
resentimiento por no conseguirlo son fuentes fundamentales de nuestra motivación
y nuestra conducta.
Incluso en las situaciones de rechazo o resentimiento se produce
un curioso apego al pasado, como un intento de que lo que sucedió
no sea, o bien lograr un cambio como el reconocimiento o el amor que en
su momento no nos fue otorgado. Esa posición depresiva de quedarse
apegado al pasado, sin poder acceder a vivir plenamente el presente es,
a veces, el origen de la agresividad. Se podría decir que el agresivo
es aquel que pide amor a gritos con una conducta desesperada, que intenta
forzarnos a admitir nuestro error de no quererle y que, al no poder demostrarnos
que tiene la razón con argumentos, intenta que se la demos por la
fuerza, amedrentándonos o incluso agrediéndonos.
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Tumores
y tutelas |
Ahora que ya hemos hecho un amplio recorrido por diferentes aspectos
de los miedos y temores, podemos estar en mejores condiciones de entender
este delicado aspecto de nuestra práctica.
De una u otra forma todas las tutelas se derivan de un temor.
Tutela se refiere a protección, amparo o defensa y ya vimos que
las defensas son indicadores del temor, de hecho, tutela viene del latín
tueor, que significa defender.
Pero debe entenderse con claridad que el temor al que hacemos
referencia no suele ser un temor del tutelado. Aunque el objeto de la tutela
es la protección y asistencia de una persona que no puede gobernarse
por sí misma o atender a la administración de sus bienes,
no es fácil que un ciudadano que se ve desasistido, desprotegido
e incapaz de gobernarse adecuadamente y administrar sus escasos bienes,
para llegar holgadamente a fin de mes pagando los innumerables impuestos,
consiga una tutela hasta superar la situación.
Esto se debe a que la tutela se otorga por razón de edad
o incapacidad. Así que cuando se habla de tutela se habla de incapacidad,
bien porque la capacidad no se ha llegado a adquirir por la escasa edad
o defectos del desarrollo o bien porque se ha perdido, comúnmente
por razón de enfermedad. En todo caso es el temor de quién
promueve la tutela el que más claramente exige protección.
Queda claro que los temores que se mueven en torno a débiles
mentales, enajenados y otros incapacitados son fundamentalmente de las
personas que los rodean.
Pero existe otra especie de tutelaje no establecido jurídicamente
o por ley, ni siquiera reconocido, pero al que podemos considerar existente
de hecho. Me refiero a la forma en que un país entero está
en cierta medida tutelado durante una dictadura. Se decide por él.
Hemos visto en los retazos históricos como se nos mete el miedo.
Después ya sólo hay que ofrecernos protección. Muchas
veces esa protección ni siquiera es desinteresada o a cambio
de que otorguemos nuestra representación o incluso el poder al interesado,
sino que se nos hace pagar obligatoriamente por ella en tanto que contribuyentes.
Frecuentemente dejamos de lado nuestra responsabilidad y cedemos
a otras personas o instituciones el poder de decidir cosas importantes
en nuestras vidas. Pensamos que ellos con más experiencia o con
capacidad de atender a más personas pueden hacerlo mejor, hasta
que comprobamos que lo hacen rematadamente mal o cómo nuestro caso
es demasiado particular para coincidir con los intereses que a ellos les
pueden proporcionar mas votos.
Buscamos protección frente a la vida intentando asegurarnos
ante posibles futuros peligros cuando caemos en las redes de los representantes
de seguros que nos hablan de accidente, incendios del hogar, enfermedades
e incapacidades, etc. Hasta que nuestro temor nos hace suscribir una póliza
sin caer siquiera en la cuenta de que hasta los seguros de vida son de
muerte, pues si no te mueres no los pagan.
Es lo que los psicoanalistas han repetido sobre las garantías.
Los pacientes tratan de saber el currículum del psicoanalista para
cerciorarse de su buena elección. Luego resulta que tu acudes por
tus dificultades de pareja y ese mejor psicoanalista se acaba de divorciar.
Hay que aprender a vivir sin garantías, aceptando la vida. Finalmente
un equilibrista del circo, sólo puede salir a andar en el alambre
si confía en sí mismo y en la vida ya que cuanto mas tema
caerse más le temblarán las piernas.
Miramos hacia las empresas como si fueran madres nutrientes a
las que nos une el cordón umbilical de la nómina, sin atrevernos
a romper esa relación cuando resulta insatisfactoria. Sin valorarnos
lo suficiente como para darnos cuenta de que nuestra forma de trabajar
es interesante para cualquier otra empresa y nos dejamos amedrentar aguantando
situaciones laborales injustas o bien pedimos la protección de un
sindicato que finalmente decide por nosotros cuales ha de ser las relaciones
con la empresa, nuestras condiciones laborales e incluso si tal o cual
día tendremos que hacer huelga.
Delegamos en políticos locales, autonómicos o estatales
montones de decisiones que repercuten en nuestro modo de vivir diario.
Hacemos lo mismo en asociaciones de todo tipo y en nuestras relaciones
de amistad o de familia. Descendemos hasta el nivel del "¿que dirán
si no hago ésto?" dejándonos influir por los temores de los
demás o por el temor de que no nos quieran si actuamos de forma
autónoma o diferente a ellos, hasta el punto de darle, incluso,
más importancia a sus opiniones que a las nuestras, ya que terminan
siendo las suyas las que gobiernan nuestras vidas.
Es decir nos dejamos tutelar, se podría decir dirigir,
por temor. Por temor de no poder hacerlo suficientemente bien nos dejamos
dirigir, tutelar, proteger, gobernar, sin caer en la cuenta de que cuando
se habla de tutela se está hablando de incapacidad o de irresponsabilidad.
Cada vez que alguien intenta tutelarte, gobernarte o incluso dirigirte,
supone que no eres capaz de responsabilizarte de tus propios actos. Lo
que hacen los padres y lo que hacen los gobiernos se asemeja mucho a este
respecto.
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Repercusiones
de la tutela |
Se supone que quien te tutela debe protegerte. De ahí
que luego nos volvamos exigentes. Ya hemos dicho que la función
paterna siempre es fallida y la tutela es una especie de sustitución
de la función de los padres, por lo que lógicamente también
es fallida. Es fácil quejarse de un tutor, incluso es normal.
Y lo es más aún cuando, ni tienes edad para que
te tutelen ni estas incapacitado, pues no debemos olvidar que cada vez
que hablamos de tutela hablamos de incapacidad.
De ahí que surja nuestra protesta o nuestra queja ante
situaciones variadas que, en otro contexto, podrían tener un carácter
personal. Protestamos ante el SERGAS (*3) por su incapacidad de resolvernos
un problema de salud, pese a que el problema se derive de una actuación
errónea por nuestra parte. Ese asunto británico del uso del
tabaco es aplicable también al alcohol, el queso ahumado, la falta
de ejercicio y la promiscuidad.
También protestamos ante el Ayuntamiento por rompernos
una pierna al meterla en una alcantarilla destapada. Es algo similar. El
tutor debe velar por ti y facilitarte la vida "para que no metas la pata".
Si además pagas para que te tutelen, ya se sabe el lema comercial
"quien paga exige".
Se supone que el tutor debe de velar por ti. Suele además
recibir algún beneficio si lo hace, puesto que se habla de administración
de bienes. De no ser así hablaríamos simplemente de padrinos,
los que sustituyen a los padres sin más oficio ni beneficio.
Un ejemplo reciente de esta dinámica es el paso de los
partos normales de las casas a los hospitales. Diversos temores, principalmente
los metidos a las primíparas por otras mujeres, o los de las comadronas
y los médicos, que se sienten más seguros en un medio hospitalario
que en un domicilio, han ido derivando los patos normales desde la casa
al hospital. Los miedos se han difundido de tal forma que hoy son las propias
embarazadas las que exigen ser atendidas en el hospital, "no vaya a ser
que...", como si el parto se hubiese convertido en una enfermedad. Ya no
se trata de hacer algún parto de riesgo en el hospital, se trata
de cubrir un nuevo miedo haciéndolos todos allí. Nadie discute
que haya disminuido la mortalidad por parto, se trata de que se comete
un abuso. Algunos partos deberían según el riesgo hacerse
en hospital, la mayoría podrían seguirse haciendo en casa,
con beneficios psicológicos para la madre y el bebé. Además,
ya en el hospital, es más fácil acelerar un parto por
conveniencia del equipo asistencial, que prefiere hacerlo de día,
o hacer una cesárea que tal vez no era tan imprescindible, pero
"dado que estamos al lado del quirófano y más vale evitar
complicaciones..."
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Dos
notas sobre responsabilidad |
Por responsabilidad debe entenderse la capacidad de responder
de o por lo que se hace. Es el cargo de reparar o satisfacer una obligación
moral.
Responsabilidad viene del Latín, re, que significa volver
a, y spondeo, prometer. Tal vez se entienda mejor fijándose en lo
que hacen los políticos. La frase de Adolfo Suaréz de "Puedo
prometer y prometo" está directamente relacionada con el compromiso
de responder después.
La persona responsable es la que es capaz de responder por lo
que hace. De dar respuesta, contestación o réplica, pero
en definitiva la que conoce la razón por la que hace las cosas y,
en consecuencia, gobierna su vida. El irresponsable, en cambio, no sabría
por qué actúa, lo que da a sus actos un carácter compulsivo,
una raíz inconsciente.
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¿Atrae
el temor problemas? |
Este asunto puede resultar particularmente interesante. El conocido
santo Job era por lo que se sabe un hombre temeroso. Job perdió
todo antes de darse cuenta de que todos sus temores se habían cumplido.
Se dice que los perros te huelen el miedo y que esa es la razón
por la que ladran a ciertas personas y no a otras.
Spalding, en su libro sobre el viaje realizado a través
de la India, el Tíbet y el desierto del Gobi, hacia 1983 refiere
como los aldeanos temerosos de los tigres devoradores de hombres pedían
ayuda a ciertos maestros yoguis que dejaban su cuerpo inerte a la entrada
del pueblo ahuyentando así a los tigres.
"No hay que tener miedo de los animales. Si vosotros no los molestáis,
ellos no os harán ningún mal. Habéis visto cómo
un cuerpo inanimado yacía sobre el suelo delante de un pueblo para
proteger a sus habitantes. No se trata más que de un signo físico
destinado a las gentes.
El cuerpo está expuesto indefenso a la voluntad del animal.
Pero aunque esté inerte no sufre ningún daño y las
gentes notan ese hecho. Dejan entonces de tener miedo del animal. Desde
ese momento, no emiten más vibraciones de miedo. No recibiendo más
esas vibraciones, el animal considera a las gentes presas iguales que los
árboles, la hierba o la casa del vecindario, que no emiten ninguna
vibración de miedo. El animal pasará inofensivo en medio
del pueblo, en el cual antes habría elegido una presa, aquella que
emitía las más fuertes vibraciones de miedo".
Si amas a un animal, éste te devuelve su amor. Si te aproximas
a un animal como un enemigo, tendrás que vértelas con
un enemigo. Lo más interesante de esta reflexión es el hecho
de que el ser humano es también un animal. Tal vez nuestro embrutecimiento
sensorial, propio de un medio ambiente desnaturalizado, nos haya impedido
captar conscientemente aquello que, de forma inconsciente, sigue influyendo
en nuestra conducta.
Un cuento que saco de un artículo de Rosa González
dice: "En cierta ocasión un monje iba a cruzar un río. Un
samurai lo detuvo, diciéndole que ese día tenía que
matar a cien personas y él era el último a quien debía
aniquilar. El monje le dijo que antes de morir, iría a ver a su
maestro y luego regresaría. El maestro le indicó que como
él no estaba preparado para luchar, debía disponerse a morir.
El joven monje regresó y , ante el samurai, colocó las manos
sobre su cabeza dispuesto a afrontar su destino. El samurai no pudo matarlo.
Se dió cuenta de que tenía enfrente a un hombre sin miedo".
(*3)
Si finalmente resulta cierto que tiene que existir una víctima
para que aparezca un verdugo, puede no ser menos cierto aquello de que
"cada pueblo tiene los gobernantes que se merece". En definitiva, cada
uno sería responsable de los resultados que obtiene en la vida.
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De
las furias a las Euménides |
Todos los datos de que disponemos nos hacen suponer que los griegos
sabían mucho de la vida, pero también que ese saber podía
ya ser un saber decadente respecto a lo muchísimo que sabrían
civilizaciones anteriores.
De hecho los mitos griegos contienen tal cantidad de sabiduría
que no parece posible que pueda haber sido acumulada por un solo pueblo.
En el mito de Orestes encontramos el prototipo de las enfermedades
mentales. Sobre la venganza de Orestes se pueden encontrar diferentes relatos,
pero los aspectos fundamentales coinciden.
Contaba Orestes doce años cuando su padre Agamenón
volvía victorioso de la guerra de Troya. Las tormentas que
trataron de desviarlo de la costa de Micenas no fueron suficiente aviso
de que la maldición caída sobre la estirpe de Agamenón
estaba a punto de volver a actuar.
La maldición había caído sobre Pélope
y sus descendientes por agravar una maldición anterior que ya pesaba
sobre la casa por viejos asuntos de la familia de Tántalo, tatarabuelo
de Agamenón. También los hijos de Pélope, Atreo padre
de Agamenón y Tiestes su tío y padre de Egisto, habían
tenido sus problemas.
Cuando Agamenón regresó de la guerra fue asesinado
por su esposa Clitemnestra, alegando ésta que lo hacía en
venganza por haber sacrificado Agamenón a los dioses a la hija mayor
de ambos Ifigenia, pero realmente Clitemnestra mantenía relaciones
ilícitas con Egisto.
Orestes, puesto a salvo lejos de Micenas, creció debatiéndose
en un dilema moral. Como hijo varón de Agamenón venía
obligado a vengar la muerte de su padre, pero el mayor pecado para
los griegos era el matricidio. Temía pecar matando a su madre y
temía incumplir el mandato de Apolo, si no vengaba a su padre.
Cuando finalmente mató a su madre, por el delito de sangre
atrajo contra sí a las Furias, viejas, grandes y horribles deidades
espectrales de la noche, que sólo él podía oír
y ver, y que le atormentaban día y noche con sus inculpaciones y
con su aspecto.
Tras un largo vagar atormentado Orestes es juzgado antes Palas
Atenea. Orestes asume su responsabilidad por el delito en lugar de
culpar a Apolo cuya ley le había incitado. Los jueces y el jurado
ateniense colocan tantas piedras blancas como negras, con lo que no lo
condenan y Atenea desempata colocando una piedra blanca que simboliza su
inocencia y el hecho de que sólo los dioses pueden decidir allí
donde los humanos no alcanzan a dilucidar.
La leyenda de Orestes simboliza como la locura es un asunto de
familia, en donde el individuo se ve sometido a presiones y mandatos diversos
relacionados con la conducta de sus antecesores o hermanos (Electra también
le hace prometer venganza). La enfermedad sobreviene cuando el sujeto antepone
la influencia externa a su propio criterio o modo de ver la vida. Las Furias
o síntomas de la enfermedad mental aparecen como indicativo de que
la persona se ha desviado de su camino de crecimiento espiritual y representan
los demonios interiores o los temores introyectados.
La curación aparece cuando Orestes asume su responsabilidad
y acepta su inocencia. Es entonces cuando las Furias dejan de culpar, de
amedrentar y se transforman en las Euménides, deidades benignas
y portadoras de la gracia.
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El
final de una herejía |
Cada vez son más los nuevos místicos del siglo
XX (Físicos, Psiquiatras, Psicólogos), que pasando por encima
de sus propios temores al descrédito social, hacen publicaciones
sorprendentes sobre diferentes aspectos del espacio-tiempo.
Terapeutas procedentes de distintos campos han ido confluyendo
en hallazgos casuales aparecidos en sesiones de psicoterapia, de hipnosis,
relajaciones y regresiones, ejercicios respiratorios o análisis
de sueños, que aportaban escenas relacionadas con el orígen
de síntomas del paciente.
Esas escenas, cuya abreacción iniciaba un camino de mejoría
clínica, ligaban relaciones personales y acontecimientos cercanos
con escenas infantiles, del nacimiento, vivencias intrauterinas y de vidas
anteriores.
Cuando los psicoterapeutas se sobrepusieron a su sorpresa y decidieron
investigar más a fondo , descubrieron importantes coincidencias
entre las descripciones de muerte en vidas pasadas y los casos de muerte
clínica.
Pero aún más interesante que las similitudes escénicas
resultó el cambio que, frecuentemente, se verificaba en la vida
de unos y otros pacientes. Además de la progresiva mejoría
de sus padecimientos, adquirían una especie de sentido de sus vidas,
como si tuvieran misiones concretas que cumplir, cambiaban su mentalidad
sobre la valoración de los hecho mundanos y dejaban de tener miedo
a la muerte y en consecuencia a la vida.
|
Bibliografía |
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-
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-
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SPALDING, B.T.: "La vida de los Maestros" Edicomunicación S.A.
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WEIS, B.: "A través del tiempo" Ediciones B.
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WILBER, K.: "Psicología integral" Editorial Kairós.
-
WOOLGER, R.J.: "Otras vidas otras identidades" Edit. Martínez Roca.
|
Notas |
(*1) Elvira Huelves. "Los Niños de la Guerra Rememoran
la Postguerra", en La Esfera Revista Cultural de El Mundo, suplemento del
diario de fecha 14/9/96.
(*2) C. Genovard, C. Gotzens y J. Montané. "Problemas
emocionales en el niño". Biblioteca de Psicología. Editorial
Herder.
(*3) Rosa González. "Miedos. Las barreras internas",
en la revista "Ser humano" de septiembre de 1996. |