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SISO  SAÚDE
 
Número 28
 
EL SÍNDROME DEL CORCEL BLANCO O EL CASO DEL EFECTO GOMA
Chus Gómez Rodríguez. Psiquiatra. CSM Alt'Penedés Garraf. España
Para M.M. que tanto él como yo sabemos, que lo suyo con el Modecate, era el modo de tener compensada a su mujer. Por él, y por mí, repito por los dos, por los tres, por todos ... Amén.
 
                                               Recuerdo cuando era niña como nos gustaba a mis hermanos y a mi deleitarnos en un juego que tiene poco de eso y mucho de actividad perversa sádica, por la que hoy, casi seguro, más de una asociación ecologista, de las que soy simpatizante, me metería en la carcel.
La actividad a la que nos dedicábamos consistía en matar moscas, no con cañonazos, nuestro arsenal no llegaba a tanto, pero sí con una goma elástica de aquellas que venían en las cajas de zapatos, para sostener la tapa, y de las que no era difícil hacer acopio en nuestro pueblo, de bárbaras costumbres.
Nos entregábamos al sacrificio, en las tediosas tardes de verano, a esas horas en las que los susodichos insectos se vuelven insoportablemente pesados, y que pese a todos tus esfuerzos para  ahuyentarlos, logran colocarse siempre en la mano que sostiene el bocadillo, en la rodilla que se balancea, y en la pantalla de la tele, mientras goza gustosa, relamiéndose sus patitas en un obsesivo ritual de limpieza con el que te gustaría acabar de un manotazo certero y en la nuca.
Pues bien, esto era subsanado, quiero decir lo del exterminio de la mosca, con el estiramiento tenso de una goma, que desde lo lejos y con un ojo guiñado, para no errar el tiro, y un medio mordisco en la lengua, para mayor concentración del arquero, podía acabar si era preciso, de un modo rápido con aquel suplicio, aunque de modo no muy limpio; siempre quedaban restos de sustancia orgánica de la mosca, con un tinte rojizo, allí donde ella tuviera a su entender el haberse colocado, que pese a ser algo azaroso y a lo que ella no le ponía atención, siempre era vivido, como un intento de jodernos de modo premeditado y con no menos alevosia tal y como bien canta Aute.
Pero lo que también ocurría a menudo era que el insecto salía triunfante en un renovado vuelo como un piloto acrobático y dominante y mientras nosotros nos quedábamos con el dedo hecho polvo, por el efecto goma de rebote, que como boomerang, se nos había vuelto en contra, por el ímpetu del cazador que pone toda su energía en batir la pieza.
Así fastidiados y con la mosca viva, casi riéndose, y volando vacilona, nos disponíamos nuevamente a apostarnos en algún lugar, si es que la paciencia nos dejaba lugar a ello.
Esto es algo semejante a algo que ocurre en la clínica y que Mabel y yo hemos bautizado con el nombre del efecto corcel blanco. En él, la mosca ha sido sustituida por un humano, que teóricamente tomaba algún fármaco que no precisa según las normas del buen hacer psiquiátrico, y la goma elástica, es un bello corcel blanco imaginario, al que como Babieca, nos subimos vestidos de terapeutas puros y defensores del "d-e-b-e-r s-e-r", frente al "q-u-e s-e-a l-o q-u-e d-i-o-s q-u-i-e-r-a" que normalmente suele imperar en la clínica diaria, en la que los corceles suelen ser caballos viejos de tiro y los terapeutas más sabios por viejos que por terapeutas.
Llegado el momento del encuentro, la/el avezado terapeuta, (a partir de ahora me ahorraré la doble sexuación que se sobreentiende...) se dispone al encuentro con el supuesto paciente, normalmente ya muy maleado por el contacto al que le hemos sometido muchos de nosotros con nuestra práctica, y que presenta síntomas menores, casi bobos diríamos, y que no merecen calificativo más que de neuras o neurillas, que afectan a todos los mortales y que para cuyo remedio nos las componemos más con apaños caseros y menos de botica.
A todo esto el desdichado paciente fué remitido en fechas ya dignas de la celebración de un centenario, con un volante, en el que se nos señalaba su padecimiento como "Síndrome depresivo grave con ansiedad, ruego tratamiento. No responde a los antidepresivos. Antecedentes de esquizofrenia familiar en un cuñado de la madre. Gracias, un saludo."
Pues bien, recibimos al paciente, consumidor crónico de un anticuado y ya demodé producto, al que se aferra, cuál clavo ardiendo, en defensa de unas virtudes para las que nuestros conocimientos científicos no dan aval; nos jode en demasía que  él quiera seguir tomando semejante cosa inútil, que lo único que hace, además de un cierto efecto placebo, es cargarse al hígado, pulmón, riñón, o viscera cercana que se precie de seguir existiendo.
Aquí es cuando enfundados en nuestro traje de malla, espada en ristre y habilidad supuesta, que no efectiva para semejante maniobra, cegados por el resplandor de la sabiduría académica, transformada en corcél blanco luminoso por el Ariel, se inicia la contienda, porque sería un eufemismo llamarle a esto terapia, aunque sabemos que tenemos mucha facilidad para desvirtuar las realidades de ese modo, en ésta nuestra profesión.
Pero si nosotros vamos de Ivan-Jode, nuestro contrincante no es el Manco de Lepanto, sino un fiera Barba Roja, que entrenado en sacarse las castañas del fuego con el garfio metálico, hace rápidamente herida en nuestra malla, a golpe de zarpazos, para acrobáticamente, salvar la pastilla que está en juego.
Suenan los timbales y las cornetas medievales del encuentro y surgen las apuestas para las que nada más los contrincantes hacen fuerza.
Por la altura que da el caballo logramos, no sin alguna caida, sustituir el antiguo producto por otro más moderno, pero no por ello menos malo.
El mantenimiento de su toma, si llega a producirse, se mantiene escasas horas, pese a lo cual, ha sido el causante de los más desagradables efectos secundarios imaginables, alguno de los cuales aún no había sido descrito por el laboratorio fabricante, pero detectado en grado superlativo por el "sufrido" paciente.
Es cuando llegado este punto, y asediados por las llamadas de teléfono de la familia, el alcalde del pueblo, una vecina y algún miembro de la benemérita descubrimos que aquello a lo que nuestra ignorancia tildó de inoperante sustancia era agua de Lourdes milagrosa, de la que no teníamos ni idea, y que a partir de ese momento y tras un par de experiencias semejantes, coincidimos no en prescribir con cutrería, sino que ordenamos sea bebida en garrafas de ocho litros, hábilmente enseñados por nuestro Barba-Goza, que con aire ingenuo y victimesco, nos ha dado una de las lecciones más grandes de nuestra vida profesional: "que allí donde vieres que el Deanxit funcionare... dejale y no meneale".
Y es que el refranero popular lo es todo... sólo hay que leerlo entre líneas...
 
© Asociación Galega de Saúde Mental 1997
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